Aunque
creo que ya lo he comentado alguna vez, me continúa resultando muy curioso como
en ocasiones pueden coincidir en el calendario dos películas de argumentos
relativamente similares. La coincidencia de películas sobre Blancanieves puede
deberse sólo a la moda de adaptar cuentos infantiles a la gran pantalla, pero
casos recientes como los Hércules, los ataques terroristas a la Casa Blanca o biopics
paralelos sobre un mismo actor o director pertenecen más a la casualidad que a
otra cosa, por más teoría conspiranoica que pueda hacerse. La cosa es más
llamativa todavía si se trata de películas de corte más independiente, alejadas
del concepto de blockbuster más convencional.
Y
es que no cabe duda que La sombra del
actor es una especie de cara B de la gran triunfadora del año pasado, Birdman, ya que aborda desde un punto de
vista algo más intimista y con menos esfuerzos visuales una historia
relativamente similar (y aunque se haya estrenado bastante después debo
insistir en que sus rodajes y estreno en festivales fueron prácticamente
parejos): la de un consagrado actor de Hollywood caído en desgracia y refugiado
en el teatro que confunde la realidad con sus propias ilusiones y cuya
tendencia suicida es más que preocupante (y no piensen que estoy spoileando
nada, con un intento de suicidio arranca la película). Por encontrar
similitudes ridículas (y permítanme colar aquí el comentario friki del día)
incluso se imitan en la alusión al mundo de los superhéroes, aunque en
conceptos muy diferentes.
La
principal diferencia entre ambas es que mientras Birdman, pese a las inmensas interpretaciones de Michael Keaton y
Edward Norton, giraba alrededor de la dirección de Alejandro González Iñárritu
y su imposible plano secuencia, en La
sombra del actor el verdadero y casi único) foco de atención hay que
buscarlo en un arriesgado Al Pacino, uno de los grandes de Hollywood, cuya vida
real no es tan pareja a la de su personaje como sucedía con los interpretes de Birdman pero que tampoco es que le ande
muy a la zaga, refugiado de sus papeles casi testimoniales y poco merecedores
de su talento en comedias fáciles o thrillers rutinarios en Broadway,
preferentemente al amparo de Shakespeare (imposible no mencionar ahora a la
fusión entre ambos mundos en la valiente Looking
for Richard).
Sin
ánimos de desmerecer el trabajo de Barry Levinson, realizador que ha vivido
tiempos mejores con las ya lejanas Good
morning, Vietman, Rain Man o La cortina de humo, es Pacino y sólo
Pacino quien sostiene toda la película, ya sea para bien o para mal. Su
presencia, pese a que ni siquiera para él pasen los años en balde, sigue siendo
sobrecogedora, y de la empatía que pueda sentir (o no) el espectador con él
dependerá la satisfacción con la que cada uno pueda recibir el film.
Una
vez más, Hollywood se mira el ombligo. Y lo hace con una mirada cínica,
hiriente y descarnada, apostando más por la destrucción de la mente que por la
construcción de la leyenda, recordándonos que los actores son seres de carne y
hueso y, en ocasiones, con los pies de barro como cualquiera. O quizá incluso
más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario