Jonathan
Dayton y Valerie Faris abandonan momentáneamente el cine más independiente para
abordar la historia real del duelo tenístico entre Billie Jean King y Bobby Riggs
en 1973 en una película bastante convencional y más amoldada a los estándares
del Hollywood más conservador.
La batalla de los sexos narra los días previos al gran partido, cuando Billie
Juean era la número uno del tenis femenino y estaba más preocupada en su
cruzada por la igualdad de la mujer en el deporte que en su próximo partido.
Por aquel entonces Bobby tenía ya 55 años y aunque había sido también una
figura importante de la raqueta ahora se tenía que conformar con vivir de su
adinerada esposa, ganarse unos dinerillos con ridículas exhibiciones donde
destacaba su espíritu payaso y fingir que trataba de controlar su problema de
ludopatía. En aquella época una tenista femenina, aun llenando las pistas igual
que un hombre, ganaba una octava parte en premios que ellos, por lo que Billie
jean decide retar a la federación y crear, con el apoyo de otras tenistas, su
propia competición con premios más acordes a sus méritos. En este mar revuelto,
Bobby ve la gran oportunidad para volver a los candeleros y desafía a cualquier
mujer a un partido donde demostrar qué sexo es más fuerte.
Filmada
en tono de comedia ligera, la película aprovecha este enfrentamiento entre un
machista declarado cuyos mejores años quedaron en el pasado y una feminista en
la cresta de la ola para hacer un retrato de la época en el que hablar no solo
de la igualdad de sexos, sino también de la identidad sexual y el derecho al
respeto.
Hay
que reconocer que quizá Dayton y Faris pecan un poco de “buenismo” y edulcoran
demasiado una historia donde todo el mundo termina cayendo bien, sin que ni
siquiera el excesivo y machista Riggs resulte molesto ni haya daños morales
alrededor de cierto triángulo amoroso que acompaña a la historia principal. Con
todo, la película resulta altamente eficaz por ese humor ácido que permite que
seamos aleccionados de una manera amena e incluso divertida sobre tan importante
debate. Además, han sabido ser fieles a su estilo e incluso el duelo final, en
vibrante partido de tenis, se muestra desde la distancia, sin lucimientos de
cámara que finjan una falsa épica y haga que la dirección priorice sobre la
interpretación.
Y
así legamos al verdadero punto fuerte del film. La interpretación. Emma Stone y
Steve Carell están soberbios. No es que sea nada fuera de lo normal, ya que
ambos han demostrado en diversas ocasiones su gran solvencia, pero en este film
ambos parecen en estado de gracia y son los grandes valedores de la historia,
los que la manejan a su antojo y permiten que seamos capaces de comprender a
unos personajes que en cualquier otro caso podrían resultar hasta odiosos.
Stone y Carell lo dan todo y la película sabe rodearlos de tal modo que no
sería de extrañar que alguno de ellos (sino los dos) estuviese presente en la
próxima ceremonia de los Oscars.
Valoración:
Siete sobre diez.
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