Noah
Baumbach es un director que, pese a pasar de los cuarenta y cinco años, no ha
conseguido una gran carrera (más allá de su trabajo como guionista para algunos
títulos de Wes Anderson), viste con un aspecto ligeramente juvenil y busca en
sus películas unas temáticas y un estilo independiente poco acorde con lo que
la sociedad dicta con respecto a su edad.
Por
eso, quizá no sería exagerado decir que Mientras
seamos jóvenes puede contener bastantes detalles autobiográficos, bastantes
pistas de lo que es y lo que busca Baumbach en su cine.
Josh
es un brillante director de documentales que lleva atascado en su última obra
la friolera de diez años. Mientras, junto a su amada esposa Cornelia (hija del mejor productor en la
materia), contemplan como la vida pasa ante sus ojos. Sus amigos tienen hijos,
formando parte de una nueva sociedad, una llena de convencionalismos en las que
los achaques, la miopía y el cansancio forman parte del día a día y las
sesiones de canciones para bebés sustituyen a los planes improvisados provistos
de cierto aire de libertad. Por eso, cuando conocen a una pareja de veinteañeros
admiradores de su arte se dejan seducir por esa corriente hípster que recorre
nuestra sociedad, como un soplo de aire fresco que les permite retroceder en el
tiempo y enfrentarse a su propio temor a envejecer.
Mientras seamos jóvenes es una comedia amarga, en ocasiones incluso incómoda,
que invita a la reflexión sobre lo que somos y lo que queremos. Y está a un
paso de ser una gran película, una canto a la vida y a la libertad si no fuese
porque Baumbach no se contenta con ese alegato y quiere doblar sus nobles
intenciones defendiendo también el arte fílmico, la verdad que se esconde tras
el documental por encima de efectismos baratos y comerciales, que buscan el
éxito a toda costa pisoteando si es necesario la propia integridad (algo de lo
que ya hablábamos con respecto a La
Verdad). Y es en esa dualidad de argumentos lo que debilita la película,
que amenaza por momentos con perder su rumbo aunque luego termine por
recomponerse y volver por el buen camino.
Ambas
apuestas son lícitas, pero alargan en exceso la trama, perjudicando en el ritmo
de la misma. No obstante, el buen trabajo del cuarteto protagonista (excelentes
Ben Stiller y Naomi Watts, muy correctos Adam Driver y Amanda Seyfried) hacen
que la película funcione y se deje ver con agrado, invitando al debate al
término de la misma y haciéndonos reflexionar (sobre todo a ese público cuarentón
al que va destinada) sobre el sentido de buscar la eterna juventud.
Sólo
la rendición de su final, algo alejado del grito de libertad creativo que
propone para ceder ante los convencionalismos sociales, enturbia algo el
alegato brillante de Baumbach.
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