Igual
que la película de James Vanderbilt tiene dos partes bien diferenciadas también
hay dos formas diferentes de entender la historia que nos cuenta. La
correspondiente a la forma y la referente al fondo.
Las
formas son impecables. Con un guion del propio director basado en un libro
autobiográfico de Mary Mapes con claras reminiscencias a Aaron Sorkin y una
Cate Blanchett en estado de gracia (como casi siempre), bien secundada por Robert
Redford, Dennis Quaid, Topher Grace y Elizabeth Ross, la película sigue con
implacable precisión los pasos de la productora televisiva Mary Mapes
empecinada en demostrar, en plena campaña electoral del 2004, la falsedad del
presidente y candidato George Bush al mentir sobre su abuso de influencias para
librarse de ir a combatir a Vietnam durante su instrucción militar. La
película, pretensiosa heredera de Todos
los hombres del presidente, contiene una frenética primera parte
detectivesca, donde las investigaciones y entrevistas del equipo de producción,
con el afamado presentador Dan Rather como cabeza visible, son relatadas al
detalle, y una segunda en la que, una vez emitido el reportaje, se produce una
verdadera caza de brujas contra Mapes y su equipo por la falta de corroboración
de sus pruebas y las fuertes presiones a las que los someten desde la CBS así
como de la propia opinión social. Es en este punto cuando la película se
transforma en un drama, desgarrador, angustiante y doloroso, cuando los últimos
periodistas auténticos, aquellos que luchan por descubrir la verdad tras la
noticia en lugar de refugiarse en realitys como Supervivientes y compañía, son
convertidos en mártires para ser despedazados por una maquinaria social que,
cual buitres hambrientos, no van a permitir a nadie que les diga lo que no
quieren oír.
Excelente
ejercicio democrático y brillante defensa de la dignidad periodística.
Pero
luego está el fondo. Y el fondo nos dice que es posible que Mapes no fuese tan
buena en su trabajo como parecía. Que quizá su investigación sí fue chapucera y
apresurada. Que a lo mejor su obsesión por evitar el triunfo electoral de Bush
la hizo precipitarse, traicionando sus propios ideales y poniendo en tela de
juicio esa verdad de la que tanto presume. Pero claro, eso, en la película,
queda en segundo plano. Algo lógico si recordamos que la historia está
explicada por la propia Mapes y que quien la interpreta es, a su vez,
productora del film.
Así,
lo que con personajes ficticios podría haber sido una excelente película se
transforma para la ocasión en una perorata demócrata donde la CBS y el equipo
de Bush son los malos, algo que la historia no ha podido todavía corroborar.
Brillante,
intensa y emotiva película reivindicativa, pero quien sabe si no tiene en su
propio título su premisa más discutible.
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