Decía
una bella canción retrospectiva de McClan: “Cayeron
torres, pero Spiderman no pudo estar”. ¿Dónde estaba? ¿Y sus amigos? ¿Y
todos los demás héroes?
Es
una vieja frase, pero no por tópica menos cierta: “a veces la realidad supera a
la ficción”. El viernes pasado, ya caída
la noche, un grupo de desalmados partieron el corazón de los parisinos y, por extensión,
del mundo entero. Del mundo cuerdo y coherente, al menos. Durante toda la
madrugada, escuchando las noticias que llegaban desde la capital francesa,
resultaba curioso como a muchos de los periodistas especializados los atentados
les pilló por sorpresa en el cine (algo más o menos normal un viernes por la noche).
La mayoría estaba viendo o bien Sicario
o bien Spectre.
Y
esto me lleva a pensar que estamos tan acostumbrados a ver grandes masacres en
cine, a que un asesino a sangre fría pueda resultar encantador o a que ver
volar una ciudad por los aires nos resulte simplemente espectacular, que
resulta fácil (tentador, incluso) perder el contacto con la realidad. Recordar
que fuera de las pantallas también existen los asesinos, los fanáticos
inconscientes que no dudarán en segar vidas humanas por defender sus ideas.
Unas ideas a todas luces equivocadas.
Porque
el debate, no nos engañemos, no es sobre quien tiene razón en una u otra
postura. El fondo del asunto es que quien roba una vida inocente nunca tiene
razón. Y de igual que hablemos de religión, política, sexo o incluso futbol.
No
es momento de analizar si había alguna reclamación razonable tras los atentados
del viernes. Nada hay que los justifique, como nada justificaba los del 11S,
los del 11M y ese largo etcétera. Da igual que hablemos de islamistas, de
etarras o de fascistas. Un teniente que tuve hace ya décadas, cuando hacía el
servicio militar, siempre nos decía (con perdón por la expresión): “las
pistolas las carga el diablo, pero las dispara un hijo de puta”. Por ahí van
los tiros, ustedes ya me entienden. Y por eso los malos, quieran lo que
quieran, hayan sufrido lo que hayan sufrido o crean en lo que crean, siempre
serán los que aprietan el gatillo. Los que detonan la bomba. Los que secuestran
el avión.
La
vida no es como una película. No es arte. No hay un técnico en efectos
especiales controlando cada bomba, ni una pantalla verde simulando un
rascacielos cayendo.
Y
por supuesto, en la vida real, Spiderman no nos podrá venir a salvar. Ni James
Bond. Ni Ethan Hunt. No hay ningún Dios nórdico volando con su martillo hacia Afganistán
para acabar con los talibanes. Ni el último hijo de Kripton podrá utilizar su
visión de rayos X para descubrir quiénes llevan un chaleco bomba bajo el
ropaje. Ni ningún presidente de los Estados Unidos se pondrá a los mandos de un
caza para encabezar la lucha contra el terror.
Un
terror que no tiene el rostro de Drácula, el pelaje del hombre lobo ni la
torpeza de un zombie. No proviene de alienígenas belicosos ni terminators
implacables. Y no hay Rambo ni John McCaine que pueda con él.
La
realidad supera a la ficción. Y aquí no hay una escena divertida tras los
títulos de crédito. No hay especialistas simulando las escenas de acción cuyos
nombres aparecen mientras suena música de John Williams. No hay villanos
arrepentidos que busquen una redención final al confesarnos que son nuestro
padre. Más de un centenar de personas se enfrentaron este viernes a su
definitivo fundido a negro. Y no hay más verdad que esa.
Es
tiempo de homenajes y lágrimas. De recordar, de maldecir y de protestar. Pero
eso no basta. Lo importante no es el ahora, sino el mañana. Y mañana debemos
asegurarnos de recordar. De mantener vivo el espíritu de unidad y solidaridad
que nos ha embargado esta última semana.
Volverán.
Porque el mal siempre vuelve. Como una película de terror de bajo presupuesto.
Como un reboot de Batman. Como una secuela que nunca debió existir. Y por eso
debemos estar preparados. Y gritarles a la cara: “No nos dais miedo”. Pueden
quebrar nuestros cuerpos, no nuestras almas.
No
tenemos superpoderes, no vamos a formar un equipo de Vengadores ni podemos
pedir ayuda a los mutantes, pero hay una cosa que sí podemos recordar. Se lo
dijo el tío Ben a Peter Parker: “Todo
gran poder conlleva una gran responsabilidad”.
Y
no hay nada más poderoso que el amor. Y la unión. Y la solidaridad.
Y
por eso tenemos la responsabilidad de luchar para seguir adelante. De
plantarles cara y de decirles “Basta”. Recemos por los muertos de París.
Recemos por los que murieron antes que ellos y guardemos una última oración por
los que morirán después de ellos. Pero asegurémonos de no olvidarlos. De no
escondernos en nuestras propias vidas como si la cosa no fuese con nosotros,
como si no quisiéramos saber nada del guionista o director que rige estas
vidas.
Esto
no acaba aquí. Esto es una saga y debemos asegurarnos de que, en las próximas entregas
de la realidad, los malos lleven siempre el caballo más lento y los buenos
tengan mejor puntería.
Y
no dependamos siempre de que sea otro el que nos diga lo de: “larga vida y
prosperidad”.
Amén.
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