Todos
tenemos nuestra propia vida, una vida que, según las expectativas o el punto de
vista, puede ser más o menos feliz, plena, con constantes proyectos, rodeada
por seres queridos o disfrutando de una envidiable soledad. Tero un día,
súbitamente, alguien nos recuerda que esa vida tiene fecha de caducidad. Y es
una fecha irremediablemente cercana. ¿Cómo reaccionamos ante esa noticia?
Esa
es la historia que nos cuenta Truman,
una película que habla sobre cómo enfrentarse a la muerte y en la que
acompañaremos durante cuatro días al protagonista mientras pone sus cosas en
orden y se prepara para llegar al final del camino.
Con
un inmenso Ricardo Clarín, Truman es una película dura, que golpea al corazón y
remueve nuestros sentimientos. Pero no es, en cambio, una película sensiblera
ni de lágrima fácil. Cesc Gay consigue distanciarse del melodrama televisivo o
del impostado trascendentalismo de películas de temática similar como la
reciente Bajo la misma estrella para
abordar el tema con madurez, rociando la historia de un humor sutil y ácido que
nos mantiene en el filo de la navaja y en la que el personaje de Javier Cámara
comparte el punto de vista del espectador y, muy probablemente, sus opiniones,
desconciertos y dudas.
Pero
lo más importante de Truman no es, al
final, la muerte, sino la vida. Una vida que, en el caso del protagonista,
viene marcada por su familia, distante pero cercana a la vez (su hermana, su
exmujer, su hijo que estudia en Ámsterdam…), por su pasión por su trabajo (es
un prestigioso actor teatral) y, sobre todo, por su amistad.
Así
pues, estamos básicamente ante un
alegato hacia la vida, una vida que debe vivirse con pasión, con intensidad,
recogiendo para sí mismo los pequeños momentos de alegría y sabiendo cuando
compartirlos y con quien. Julián y Tomás son los dos amigos a los que el tiempo
y los quehaceres profesionales ha alejado y cuya inminente tragedia vuelve a
reunir en estos cuatro días en los que se desarrolla la película y que nos
servirá para conocer lo usto y necesario sobre ellos y aceptar su desdicha como
nuestra propia.
Y,
finalmente, la película es también, en honor a su título, la historia de
Truman, el perro del protagonista al que hay que encontrar nuevo dueño y que
Gay utiliza como metáfora sobre ese sentido de la amistad como algo leal e
irreductible.
Aún
con algún altibajo argumental centrado en el personaje de Cámara (hay un acto
suyo que no cuadra demasiado por más que pueda entender el sentido final de la
escena) la película es, en definitiva, una magnífica reflexión sobre el dolor y
la pérdida, con un imposible pero magnífico toque cómico que permite
disfrutarla sin incomodidad, dejando que los sentimientos y sensaciones que
provoca se queden en el corazón para recuperarlos muchas horas, días incluso,
después de haber visionado el film.
Emotiva,
sensible, inspirada, amarga y profunda. Todo eso y mucho más es Truman. Pero, ante todo, es Ricardo
Clarín. Un Ricardo Clarín en estado de gracia
y cuya intensidad en la escena que comparte con Eduard Fernández resume
toda su intensidad.
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