Escrita
y dirigida por Daniela Féjerman (ayudada en el libreto por Alejo Flah), La Adopción es el duro relato de un
matrimonio que se desplaza hasta un indefinido país de la antigua unión
Soviética (no se llega a nombrar nunca el lugar, aunque es fácil identificarlo
como Rusia, pese a la participación lituana en la producción) para finalizar el
proceso de adopción de un niño.
Inspirada
en un hecho real, la película denuncia con dureza las difíciles trabas
burocráticas a la que los esperanzados futuros padres son sometidos,
convirtiendo la estancia en ese país (que tendría que haber sido un momento de
felicidad y alegría) en un verdadero infierno del que muchos regresan
escaldados y casi arruinados. La corrupción de los funcionarios, la
incompetencia de las organizaciones españolas y el desinterés de los gobiernos de
origen pervierten lo que debería ser uno de los gestos más bonitos del mundo:
la posibilidad de dar una familia a quienes no pueden tenerla por sus propios
medios a la par que ofrecer la posibilidad de salvación a unos niños que, de
otra manera, quien sabe cómo podrían terminar.
Me
queda la duda, sin embargo, de si la película pretende ser una verdadera
denuncia o un simple drama personificando toda esta red de embustes, egoísmo y
avaricia en la pareja protagonista (correctos Francesc Garrido y Nora Navas) y
sus desventuras en antiguas tierras comunistas (magnífica la ambientación
feista y desasosegante del lugar). El problema está en que Féjerman plantea muy
bien todos los conflictos, contagiando al espectador del desconcierto, la
angustia y hasta la indignación de los protagonistas, pero termina personificando
demasiado la trama hacia el final del metraje, cargando las tintas sólo en la
adopción de un niño concreto, de manera que las otras subtramas que se abrían
alrededor para dar consistencia a la película queden olvidadas o solucionadas
de una forma demasiado amable. Es como si Féjerman siguiera la doctrina de
“bien está lo que bien acaba” sin importarle los cadáveres del camino. Así, ni
el mal estado de los niños en el primer orfanato, ni las dificultades que
puedan aparecer en el juicio final (anticipadas por una desangelada pareja a
mitad de la película) ni la brecha sentimental que las complicaciones provocan
en la pareja (y que hace que se digan y hagan cosas para las que ya no hay
marcha atrás) quedan reflejadas en el previsible e inevitable final (no voy a
spoilearlo, ya lo hace el propio título del film), de manera que pese a todo lo
sufrido y lo desalentador que pueda resultar el proyecto para posibles
espectadores que se puedan estar planteando adoptar un niño en el extranjero,
la realidad es que todo termina resultando demasiado sencillo, casi hasta muy
bonito en perspectiva con lo que se nos anuncia y cuyo único obstáculo real es
el dinero.
Con
dinero en mano, todo es posible. Y ese no creo que pretenda ser el verdadero
mensaje de la película.
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