lunes, 7 de agosto de 2017

TRANSFORMERS, EL ÚLTIMO CABALLERO. Tan ridícula y cansina como cabría esperar.

Hace ya tiempo que se intuye que la saga de Transformers está agotada. A mi personalmente ya no me entusiasmó la primera, aunque al menos era un entretenimiento digno, pero desde entonces la cosa ha ido a peor, pareciendo que se tocaba fondo con esa locura que era Transformers: La era de la extinción.
Sin embargo, con Transformers: El último caballero, Michael Bay ha conseguido superarse a sí mismo y rellenar dos horas y media de explosiones, persecuciones, chistes malos, chicas escotadas y más explosiones. Todo ello, en medio del sinsentido más absoluto.
Parece, en su arranque, que esta vez se pretende contar una historia de verdad, con sus subtramas y todo. Hay traiciones, hay un héroe caído en busca de redención y hay mitología artúrica. ¿Qué podría salir mal? Pues, sinceramente, no lo sé. Es tan extasiantemente aburrida e incoherente que el verdadero mérito es conseguir no quedarse dormido viéndola, una vez el cerebro se acostumbra a los ruidos y la música alta.
No pienso quitarle méritos a Bay, pues como director sigue siendo uno de los grandes y eso se nota. La cuidada puesta en escena le permite hacer planos de verdadero lucimiento y la factura del film es impecable, así como el esfuerzo de alguno de sus protagonistas, en concreto Mark Wahlberg, que al menos aporta carisma, y Anthony Hopkins, que se lo toma más en serio de lo que cabría suponer.
Tras los acontecimientos de las anteriores películas (que no voy a resumir aquí porque las olvidé apenas finalizaron), el gobierno ha declarado la guerra a todos los Transformers, incapaz de saber distinguir entre los buenos y los malos. ¿Un apunte en contra de la discriminación selectiva y el gobierno totalitario de Trump? Si es así, se esfuma rápido.
Se nos cuenta, además, que los Transformers han estado en la Tierra desde siempre, siendo admirados por Shakespeare y habiendo, incluso, provocado la muerte de Hitler. Un desparrame que podría haber propiciado una buena comedia si Bay estuviese más dispuesto a reírse de sí mismo. Pero no. Aún con mucho humor (del malo), la película busca la épica y la grandeza, resultando por ello ridícula y con una sensación de que seguimos viendo lo mismo después de más de diez horas de aventurillas entre Decepticons y Autobots (o algo así). Dicen los que buscan algo de consuelo que la media hora final es muy emocionante y visualmente brutal, pero tras dos horas del vacío más absoluto llegué a esa parte tan sumamente agotado que ya me daba igual todo, no pudiendo disfrutar de lo que Bay me pudiera ofrecer.
Por en medio, las peores y más terribles gracietas que he visto nunca, el machismo retrogrado de siempre (sí, la protagonista tiene varios doctorados, pero en la propia peli señalan el hecho de que viste como una stripper), y el descaro de apuntarse a la moda de las heroínas juveniles con un personaje que arece fotocopiado de la Rey de Star Wars.
Claro que se podría decir que cuando algo funciona, ¿para qué cambiarlo? Y si la nefasta cuarta entrega arrasó en taquilla… Para bien o para mal los resultados de esta tontada artúrica (que dará mucho dinero, eso que nadie lo dude) han evidenciado un bajón importante. A ver si eso frena esa oleada infinita de secuelas, precuelas y spin off que se nos venía encima, aunque el final de esta ya augura más continuaciones. O, al menos, que Bay descanse un poco y deje el asunto en manos de otro capaz de innovar.
Pero, no sé porqué, me temo que todo va a seguir igual. Seguiremos bostezando…

Valoración: cuatro sobre diez.

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