Hace
ya tiempo que se intuye que la saga de Transformers
está agotada. A mi personalmente ya no me entusiasmó la primera, aunque al
menos era un entretenimiento digno, pero desde entonces la cosa ha ido a peor,
pareciendo que se tocaba fondo con esa locura que era Transformers: La era de la extinción.
Sin
embargo, con Transformers: El último caballero, Michael Bay ha conseguido superarse a sí mismo y rellenar dos
horas y media de explosiones, persecuciones, chistes malos, chicas escotadas y
más explosiones. Todo ello, en medio del sinsentido más absoluto.
Parece,
en su arranque, que esta vez se pretende contar una historia de verdad, con sus
subtramas y todo. Hay traiciones, hay un héroe caído en busca de redención y
hay mitología artúrica. ¿Qué podría salir mal? Pues, sinceramente, no lo sé. Es
tan extasiantemente aburrida e incoherente que el verdadero mérito es conseguir
no quedarse dormido viéndola, una vez el cerebro se acostumbra a los ruidos y
la música alta.
No
pienso quitarle méritos a Bay, pues como director sigue siendo uno de los
grandes y eso se nota. La cuidada puesta en escena le permite hacer planos de
verdadero lucimiento y la factura del film es impecable, así como el esfuerzo
de alguno de sus protagonistas, en concreto Mark Wahlberg, que al menos aporta
carisma, y Anthony Hopkins, que se lo toma más en serio de lo que cabría
suponer.
Tras
los acontecimientos de las anteriores películas (que no voy a resumir aquí
porque las olvidé apenas finalizaron), el gobierno ha declarado la guerra a todos
los Transformers, incapaz de saber distinguir entre los buenos y los malos. ¿Un
apunte en contra de la discriminación selectiva y el gobierno totalitario de
Trump? Si es así, se esfuma rápido.
Se
nos cuenta, además, que los Transformers han estado en la Tierra desde siempre,
siendo admirados por Shakespeare y habiendo, incluso, provocado la muerte de
Hitler. Un desparrame que podría haber propiciado una buena comedia si Bay
estuviese más dispuesto a reírse de sí mismo. Pero no. Aún con mucho humor (del
malo), la película busca la épica y la grandeza, resultando por ello ridícula y
con una sensación de que seguimos viendo lo mismo después de más de diez horas
de aventurillas entre Decepticons y Autobots (o algo así). Dicen los que buscan
algo de consuelo que la media hora final es muy emocionante y visualmente
brutal, pero tras dos horas del vacío más absoluto llegué a esa parte tan
sumamente agotado que ya me daba igual todo, no pudiendo disfrutar de lo que
Bay me pudiera ofrecer.
Por
en medio, las peores y más terribles gracietas que he visto nunca, el machismo
retrogrado de siempre (sí, la protagonista tiene varios doctorados, pero en la
propia peli señalan el hecho de que viste como una stripper), y el descaro de
apuntarse a la moda de las heroínas juveniles con un personaje que arece
fotocopiado de la Rey de Star Wars.
Claro
que se podría decir que cuando algo funciona, ¿para qué cambiarlo? Y si la
nefasta cuarta entrega arrasó en taquilla… Para bien o para mal los resultados
de esta tontada artúrica (que dará mucho dinero, eso que nadie lo dude) han
evidenciado un bajón importante. A ver si eso frena esa oleada infinita de
secuelas, precuelas y spin off que se nos venía encima, aunque el final de esta
ya augura más continuaciones. O, al menos, que Bay descanse un poco y deje el
asunto en manos de otro capaz de innovar.
Pero,
no sé porqué, me temo que todo va a seguir igual. Seguiremos bostezando…
Valoración:
cuatro sobre diez.
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