Oliver
Schmitz es un director alemán nacido en Sudáfrica especializado en productos
televisivos. Esto se aprecia demasiado en Guardián y verdugo, su trabajo más ambicioso hasta la fecha, con coproducción
americana y un nombre de cierto reconocimiento en su reparto.
Steve
Coogan interpreta a un idealista abogado popular por su lucha en contra de la
pena de muerte al que obligan a aceptar un caso que nadie quiere: defender a un
joven acusado de asesinar a sangre fría a siete deportistas en una solitaria
carretera.
Ante
la evidencia de los hechos y las pruebas irrefutables, no es la culpabilidad
del muchacho lo que está en tela de juicio, sino la responsabilidad del chico
en el acto. Con solo diecinueve años, ha trabajado durante los dos últimos como
funcionario en una prisión, encargándose de acompañar a los condenados a muerte
durante el periodo final de sus vidas, siendo testigo de todas las ejecuciones
y llegando a participar directamente de muchas de ellas. Esta es la base de una
película que más que un thriller judicial aspira a ser una reflexión sobre la
pena de muerte y la crueldad del sistema penitenciario (la historia transcurre
en Sudáfrica, pero podría extrapolarse a cualquier lugar con leyes similares),
no solo hacia los reos sino hacia los propios penitenciarios.
Lo
malo es que el estilo televisivo de Schmitz lastra demasiado la puesta en
escena, que una vez eliminada de la ecuación la intriga sobre los actos del
chico (en la primera escena de la película ya nos muestran lo que sucedió) dejando
toda la intriga en el veredicto del jurado y en el trabajo interpretativo de
Coogan y Andrea Riseborough (en el papel de la fiscal), que es bueno, pero
tampoco suficientemente brillante como para destacarlo demasiado. Además, la
película está basada en una historia real, lo cual anticipa en cierto modo la
decisión final del juez, ya que un desenlace diferente posiblemente no sería
propicio para un film de estas características.
Este
es el problema de las historias reales, que en ocasiones son anécdotas interesantes,
pero no siempre tienen suficiente fuerza como para dar pie a una película, y
más si el guion es tan plano como este (la base argumental -ficticia, eso sí-
de Algunos hombres buenos no era
demasiado diferente de esta, pero cualquier intento de comparar aquella obra
maestra con esta Guardián y verdugo
es casi insultante) y la puesta en escena es de telefilm germano del montón.
Una
lástima, más cuando uno es un gran aficionado al cine judicial. Pero no se
puede sacar de donde no hay, y más allá del conflicto ideológico que se
plantea, poco es lo que aquí hay.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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