Al
ritmo contagioso de la popular canción de Steve Miller Band, Abracadabra es la nueva película de Pablo
Berger tras la exitosa Blancanieves.
¿Cómo
afronta un director con tan solo dos películas un nuevo proyecto después de
tanto premio y reconocimiento? Lo sencillo habría sido seguir por la misma
línea, pero Berger sorprende con una película que parece casi en las antípodas
de su Blancanieves, aquella delicia
muda y en blanco y negro que reinventaba el popular cuento con toques de
tauromaquia y flamenco.
Si
es cierto que hay un denominador común en toda la filmografía de Berger, esa
panorámica de la España más castiza y cañí, por momentos casposa y siempre
tópica. En Abracadabra no es
diferente, y el arranque del film, con ese Madrid tan urbano y descolorido,
tiene algo del Almodóvar más iniciático, con personajes femeninos que llevan el
timón de la historia y maridos machistas y maltratadores, catetos operarios de
obras y apasionados del futbol y la cerveza. Luego la cosa cambia, y Berger
pasa del costumbrismo a una mezcla extraña de géneros que alterna el drama y la
comedia con unos toques muy negros y mucho surrealismo.
Abracadabra cuenta la historia de Carmen y Carlos, un matrimonio
ya gastado después de diecinueve años de convivencia que dará un vuelco cuando
Pepe, primo de Carmen e hipnotista aficionado, meta por accidente el espíritu de
un muerto en el cuerpo de Carlos. A partir de entonces, el marido cafre
empezará a evidenciar pequeños cambios que hará dudar a Carmen sobre sus
propios sentimientos. Un triángulo amoroso bastante poco común donde el “inquilino”
espectral tendría todas las de ganar de no ser que en vida fue un
desequilibrado asesino.
No
siempre consigue salir Berger airoso de sus cambios de rumbo, habiendo momentos
tan divertidos como estúpidos (la escena del vendedor inmobiliario, por
ejemplo) que están a punto de arruinar la película. Sin embargo, como si de un
espectáculo de equilibrismo más que de magia se tratase realmente, Berger
camina sobre el cable sin llegar a perder pie nunca, y con sus errores y
desvaríos el conjunto general nunca llega a estropearse, alcanzando un
brillante desenlace final (aquí quizá los referentes pasarían a ser Woody Allen)
con una amarga pero estimulante conclusión.
Muchos
son los grandes actores que pululan por aquí, algunos bordando la mejor interpretación
de sus carreras, como es el caso de José Mota, impecable como hilo conductor y
elemento cómico, otros parecen limitarse a pasárselo estupendamente, como el
excesivo Josep María Pou. Hay también cameos inesperados, como Julián
Villagrán, rostros de los de toda la vida, como Janfri Topera, y la sorpresa de
Quim Gutiérrez. Pero las dos perlas de la función son, sin duda, Antonio de la
Torre, que tras tantos papeles introvertidos y callados sorprende con la vis
cómica que demuestra en este desdoblado papel, y, sobre todo y ante todo, Maribel
Verdú. Verdú está sublime, coqueteando con la españolita choni sin caer nunca
en la caricatura y sabiendo transformarse a medida que su personaje va pasando
por diversos estados de ánimo en función a los giros de guion que sufre. Maribel
Verdú, que ya era lo mejor de Blancanieves, se hace con la película,
consiguiendo por sí misma que las pocas veces que el guion flojea la película no
llegue nunca a resentirse.
En
resumen, arriesgada película de Berger, que parece copiar esa moda de la
comedia de cuñados que tanto se prodiga últimamente para darle una vuelta de
tuerca y pi8llar con el pie cambiado al espectador. Posiblemente esto haga que
no todo el mundo se deje atrapar por su película, pero más allá de su calidad (que,
como todo, siempre es opinable), su valentía y aplomo la convierten en un
visionado imprescindible para este verano.
Valoración:
Siete sobre diez.
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