El Universo DC está muerto y enterrado. Esto no es una opinión personal mía (marvelita declarado), sino de sus propios responsables, que tras el fiasco de Liga de la Justicia han optado por dejar que cada película vaya a su aire y tenga una personalidad y estilo propio. Esto no es necesariamente malo, pero implica que vayamos a dejar de ver a los grandes nombres del mundo del comic como Batman y Superman haciendo equipo (algo que siempre debería molar) para acabar saturados de los meros comparsas, como Aquaman, Wonder Woman, Harley Quinn, Joker (cualquiera de ellos) o este “Capitán Marvel”, que fue el nombre inicial que tuvo en los comics Shazam.
Lo bueno es que, con esta desestructuración, Shazam se puede permitir volar a sus anchas y ser libres de las ataduras que impuso en su momento Christopher Nolan con su trilogía del murciélago, en el recuerdo como algunas de las mejores películas de la casa (aunque para mí muy sobrevaloradas) pero que a la postre terminó por condenar el DCEU antes incluso de su nacimiento. Tras los pasos en el buen camino que dio Wonder Woman y, sobre todo, con la aceptación definitiva a la mal llamada fórmula Marvel que supuso Aquaman, Shazam puede presumir de ser la primera película decididamente cómica de DC, quizá algo menos gamberra de lo que cabría esperar viendo alguno de los avances (y es que la campaña publicitaria recordaba bastante a la de Deadpool), pero con un aroma al cine de los ochenta con John Hugles como máximo referente que resulta muy entrañable.
No en vano ha sido definida como un cruce entre Big (escena homenaje incluida) y Superman, aunque le veo muchas aproximaciones a aquella serie mítica (y que tuvieron que cancelar por culpa, precisamente, de un litigio con DC que la acusaba de ser un trasunto del Hombre de Acero) que era El gran héroe americano, donde también había un tipo con superpoderes que no tenía ni idea de cómo utilizarlos.
La apuesta por la comedia sin complejos es un buen argumento a favor de Shazam, que se toma su tiempo en presentar el héroe a cambio de algo insólito en estas películas como es centrarse en una más que correcta creación de personajes. Es, posiblemente, la aparición del villano lo que más lastra el film, que pese a tener escenas de acción muy logradas (algo que no cabría esperar, a priori, de un director cuya máxima referencia en su currículo era Annabelle: Creation), no despiertan el mismo interés que la familia de acogida que rodea al protagonista, ese disfuncional grupo de falsos hermanos que se acerca más al cine de Spielberg más familiar y blanco que a un grupo de superhéroes como tal. Es esta una dualidad que no termina de funcionar, y que amenaza con estropear el tono final de la película, donde es inevitable la gran batalla final de caos y destrucción propia de DC, pero lo cierto es que la sangre nunca llega al río, y mientras en Wonder Woman un final horrible arruinaba una prometedora película, aquí el conjunto está bastante mejor medido (algún chiste durante la batalla final es hilarante), haciendo que pese al poco interés que genera la trama del villano (y en especial la extraña representación de los siete pecados capitales, quizá lo peor del film) la película se pueda disfrutar con agrado y sin llegar a caer nunca en el aburrimiento.
Es exagerado hablar de la mejor película del Universo DC (a no ser que quien lo diga odie directamente al Universo DC), pero sí es una comedia amable, muy blanca y familiar, que cojea un poco en su apartado interpretativo, pero atrapa con sus bondades y ternura. Otra cosa es que el personaje, cuya principal gracia es la de ser un niño en el cuerpo de un adulto, de para mucho más, y si bien he disfrutado con este Shazam no es que esté loco de ganas por ver la secuela, la cual, por cierto, ya está anunciada.
Valoración: Siete sobre diez.
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