Si hace apenas unos días aplaudía el hecho de que Carlos Therón presentara una propuesta diferente a la comedia al uso que estamos viendo últimamente en nuestro país con Lo dejo cuando quiera, esta semana toca el lado contrario, ya que La pequeña Suiza es un paso atrás en el intento de demostrar que nuestro cine es capaz de salirse de los tópicos que tanto lo suelen estigmatizar.
Dirigida por Kepa Sojo, en su segunda película tras una buena colección de cortometrajes en su haber, La pequeña Suiza es una nueva vuelta de tuerca a los chistes patrios sobre los tópicos más rurales y costumbristas, muy heredera de los Ocho apellidos vascos y sus múltiples imitaciones.
De hecho, la premisa no podría ser más simple: Tellería, un pueblo enclavado en el País Vasco pero que en realidad pertenece a Castilla, se debate ante la frustración que le causa los impedimentos para ser integrados al fin como vascos. Ante el conflicto de intereses entre los diversos gobiernos, y tras un descubrimiento arqueológico, optan por tirar por el camino de en medio y solicitar anexionarse a Suiza.
Hay que reconocer que, ante la simpleza de personajes y el aroma a frustrada (y frustrante) imitación del espíritu más berlanguiano, hay al menos un punto de absurdo disparate que le da un puntito de valor al film. Sin embargo, quizá heredero del currículo cortometrajista del director, las diversas subtramas están demasiado deslavazadas (e incluso inconclusas) como para que todo funcione en una sola unidad. Es como si las historias independientes (el cura que trafica con armas, el triángulo amoroso, el agente secreto, los vecinos enfrentados al pueblo…) fuesen un fiel reflejo del conflicto de identidad de los protagonistas, creando así una extraña metáfora de metacine que para nada es lo que se pretendía y que no ayuda en absoluto a que la película, más allá de su pobre argumento, pudiese funcionar todo lo bien que podría.
Hay momentos simpáticos y sus actores están correctos, lo que consigue salvar la película del naufragio, pero uno se queda con las ganas de que el absurdo de su planteamiento hubiese sido explotado hasta sus últimas consecuencias, de manera que todo tendría que haber sido más loco y ridículo de lo que es. Esto no habría mejorado la trama, pero al menos sí hubiese propiciado más carcajadas.
Valoración: Cinco sobre diez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario