Aunque se recuerde con agrado las grandes comedias de Almodóvar de sus comienzos, en los últimos años el director manchego se ha movido con más comodidad en el drama. De hecho, entre sus últimos trabajos, es precisamente la comedia Los amantes pasajeros, la que considero su peor trabajo, mientras que títulos como La piel que habito o Julieta me llegaron a entusiasmar.
Como sea, Almodóvar es un artista de una personalidad tal que es difícil que deje indiferente a nadie, y su cine es tan personal que te obliga a conectar con él o resulta difícil dejarse atrapar por sus historias. Esto, síntoma referencial en su filmografía, se acentúa aun más si cabe en Dolor y Gloria al tratarse de su trabajo más personal, un cuento con claros tintes autobiográficos en que se adentra por su propia psique y se desnuda ante su público, tanto física como espiritualmente.
Antonio Banderas, el espejo en el que se refleja, interpreta a un director de cine en horas bajas, atormentado por unos problemas de salud que le impiden hacer aquello que más le gusta y que prácticamente le da la vida, como es dirigir, en analogía a las dificultades que el propio Almodóvar ha tenido en sus últimos rodajes (parece ser que el de Julieta fue especialmente duro por sus problemas de espalda), a la vez que se adentra en el pasado del artista para recrear una niñez marcada por la autoridad materna (esta vez en rol recae en Penélope Cruz), siendo precisamente la figura de la madre un elemento clave para su cine.
Dolor y Gloria es, por tanto, un viaje al interior del espíritu de Almodóvar, pero es también un ensayo sobre el artista, que puede llegar a extrapolarse a cualquier autor que sepa identificarse con el protagonista. Más allá de si sabemos reconocer el toque autobiográfico del personaje, Dolor y Gloria habla sobre el bloqueo del artista, la lucha desesperada por enfrentarse a sus miedos más profundos y las barreras que se crean (en ocasiones por uno mismo) para limitar ciertas libertades
Dolor y Gloria es, pues, una película dura y amarga, pero no carente de toques sutiles de comedia que ayudan a establecer esa conexión a la que me refería al principio, que termina siendo, a la postre, uno de los mejores trabajos del manchego, una especie de punto y aparte que sirve como colofón a una trayectoria llena de claroscuros, discutida y admirada por igual, que tiene en sus protagonistas una de sus mejores armas, siendo Banderas la gran estrella de la función. El malagueño está sencillamente espléndido y hace del dolor interno su mejor arma para culminar una composición magistral que nos reconcilia con ese gran actor que es y al que teníamos algo perdido en producciones de medio pelo de ese Hollywood ingrato con sus estrellas y de escasa memoria artística.
Dolor y Gloria seguirá sin gustar a los “odiadores gratuitos” de Almodóvar, pero enamorará a sus seguidores y a todo aquel espectador intermedio que simplemente se deje embriagar por una historia tan personal como universal que sepa enamorarse de esa España de postguerra en la que la ropa se lavaba a mano y la gente pobre convertía las cuevas en hogares.
Valoración: Ocho sobre diez.
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