Se podría pensar que las películas sobre la Alemania nazi empiezan a amenazar con saturar. Aún siendo un periodo histórico que me atrae y cuyo horror conviene recordar (no ya para tratar de evitarlo, que visto lo visto no parece muy factible, pero sí al menos para estar avisados de ello), llevamos un tiempo en el que tenemos casi un estreno sobre el tema por semana, lo cual hace que uno se pregunte si realmente quedan historias interesantes que contar sobre ello.
El día que vendrá, aparte de utilizar la victoria aliada sobre los alemanes como paralelismo a la historia de amor de sus protagonistas, sirve para reflejar un punto de vista algo menos trillado sobre el desenlace de la guerra. Estamos acostumbrados a ver a los nazis como los perfectos villanos, mientras que los aliados, con sus inevitables claroscuros, suelen ser los salvadores del mundo. No es que aquí sea diferente, `pero sí resulta interesante comprobar como tras la resolución de la guerra, y siguiendo un símil futbolístico, no solo hay que saber perder, sino también saber ganar. Y no parece que todos los ganadores sepan hacerlo ni entender que no todos los alemanes fueron nazis.
Es en este momento de deconstrucción germánico en el que nos encontramos con una mujer arrastrada a una Hamburgo arrasada por los bombardeos cuya percepción de los derrotados, a la par que la del propio espectador, irá cambiando a la par que se moleste en conocer mejor a las personas que la rodean y sea capaz de descubrir que, al final, los dramas personales durante una guerra son tan terribles en un bando como en el otro. Esa simetría entre los inocentes de un conflicto, las consabidas bajas colaterales, es lo que debe unir a las personas por encima de sus diferencias y con ella alcanzar la comprensión y el perdón.
Esto es lo que oculta la historia de El día que vendrá, una película en la que sus tres pilares fundamentales (el triángulo amoroso, el relato histórico y el mensaje moralista) podrían molestarse entre ellos pero que el realizador James Kent consigue unificar con eficacia, consiguiendo un empaque muy interesante y merecedor de nuestra atención.
Resulta imprescindible, por ello, un buen cartel de actores que terminen por dar brillo a la propuesta, y en ello Keira Knightley (muy dada a estos tipos de dramas), Jason Clarke (al que también parece gustarle el conflicto nazi) y Alexander Skarsgård están a la altura de las circunstancias.
Interesante e intensa, no es que nos muestre nada nuevo, pero lo que refleja lo hace con convicción y buen tino, siendo un film histórico sobre la II Guerra Mundial que sabe mirar hacia delante en vez de hacia atrás.
Valoración: Siete sobre diez.
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