Imaginen una historia de amor tan apasionada como insana. Imaginen que él es un niño de papá, con dinero, guapo pero malote y con un deje de oscuridad en su mirada. Y ella, una niña buena, virginal y sumisa. Imaginen que ella descubre gracias a él el juego del sexo y que él, mujeriego empedernido, descubre por ella lo que es caer en las redes del amor. Ahora añadan un grupo de amistades orbitales insano y algún secreto del pasado. E imaginen que todo ello se muestra en pantalla con una cuidada fotografía y al compás de una banda sonora pop infinita, rozando el videoclip más que el propio cine.
No, no estoy escribiendo una nueva reseña de 50 sombras de Grey, pero casi. After, la película que adapta uno de esos fenómenos literarios tan incomprensible como distante para según qué generación (como la mía, pongamos por caso), se muestra sin complejos como una versión para menores de la saga literaria de E.L. James, una historia sobre el descubrimiento carnal con la misma falta de valores que aquella (por más que sus autores pretendan negarlo, sigue siendo la historia de la dama sumisa cegada por el brillo del dinero y la masculinidad más cool), y de cuyas influencias (y admiración) no reniega la propia autora, Anna Todd, por más que ella tuviese más en mente (lo estamos arreglando) la saga Crepúsculo.
Soy plenamente consciente de que una película como esta va dirigida a un target muy concreto al cual no pertenezco, por lo que algunos podrían condenar mi crítica negativa con la típica argumentación de que “la película no es para mí”, pero cuando se trata de valorar un producto cinematográfico que, no nos vayamos a engañar, tampoco aspira a ser nada extremo ni radical, hay ciertos valores cinematográficos que se deben exigir. After no solo cuenta con unas interpretaciones muy justitas y un guion tan cargado de estereotipos y simplista que aburre soberanamente, sino que además resulta tan ridícula e irrisoria que, más que representar a esa supuesta generación que la idolatra (a las novelas, al menos), lo que en realidad hace es ridiculizarla. Y es que estamos ante una película sobre el despertar hormonal protagonizada por universitarios que en realidad actúan como niños de doce años, resultando por tanto tan mojigata y tonta que abruma y provoca el efecto contrario al que aspira. Sí, las niñas acudirán al cine en masa creyendo verse representadas, pero saldrán engañadas al descubrir un mundo a años luz del real, una manipulación del reflejo generacional donde los jóvenes van a fiestas donde apenas se bebe, no existen las drogas y el (poco) sexo que se tiene es con extremas precauciones.
Es cierto, yo vivo a años luz de esa generación, pero los protagonistas de la película, también.
Pero todo eso me daría igual (no espero un documental realista ni mucho menos) si la película fuese entretenida. Pero ver durante casi dos horas a dos niñatos acariciándose y lloriqueando es demasiado esfuerzo para mí.
Y lo peor es que, si no estoy mal informado, la autora va ya por la cuarta novela, así que tenemos bodrio para rato… Al menos, alguna de las canciones no está mal. Menos es nada…
Valoración: Cuatro sobre diez.
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