Me
gustaría comenzar esta crítica avisando de que no soy un gran seguidor de Almodóvar.
No tengo nada contra él, pero el director manchego es tan especial y arrastra
tantos seguidores como detractores que opinan sobre sus películas con tal
pasión que creo interesante advertiros que yo no estoy en ninguno de esos dos
grupos. Ni lo amo ni lo odio. En realidad conozco poco de su cine, supongo que
básicamente por falta de interés, hasta tal punto que solo he visto tres de sus
obras en las salas, curiosamente un melodrama (La flor de su secreto, que me interesó bastante, un declarado
homenaje a Douglas Sirk que no fue de sus mayores éxitos), un thriller (La piel que habito, intensa y
apasionante, no perfecta pero sí muy buena) y una comedia, esta que nos ocupa
hoy, con la que dicen que vuelve a sus orígenes.
Y
hago esta larga introducción para que sepáis que no conozco de primera mano
esos orígenes (no busquéis aquí comparaciones con Mujeres al borde de un ataque de nervios o Átame),
pero si Los amantes pasajeros debe
servirme como referencia del estilo Almodóvar sin duda debería entrar de cabeza
en el grupo de los que lo odian y creer que cosas como La piel que habito son un accidente en su carrera. No obstante, prefiero
ser generoso y creer que éste es el accidente y esperar a su siguiente
proyecto, porque no encuentro en esta epopeya en un avión ni calidad ni humor
ni nada que poder destacar. La película es, sencillamente, horrible, espantosa
y desagradable, quizá de lo peor que he visto últimamente en un cine
(forzosamente; esta película la veo en televisión y no llego al primer
intermedio).
Cuando
hablo de cine intento ser más racional que pasional (aunque sé que no siempre
lo consigo), y eso me ha impedido hacer lo que me pedía el cuerpo y valorarla
directamente con un cero patatero, ya que pienso que incluso la película más
inmunda suele tener algo que salvar (y si no repasad mi crítica de The Master) y esta no va a ser la
excepción. Almodóvar es un gran director y hay momentos en los que eso se nota,
algunos encuadres son interesantes y la utilización del color puede
considerarse brillante. Además un espectacular reparto (tanto los protagonistas
como los amiguetes que simplemente pasaban por ahí) hace que la intensidad
interpretativa sea alta. Pero aquí termina todo, y la balanza cae pesadamente
sobre el lado negativo, empezando por un guion que si bien tiene una premisa
curiosa termina mutando en un despropósito total que invita a pensar que Almodóvar
debería empezar a plantearse, a estas alturas de su carrera, en dedicarse sólo
a dirigir dejando la escritura en manos de otro profesional, ya que su desgaste
–al igual que le está sucediendo a Woody Allen- es más que evidente.
Pasemos
al argumento: después de que una distracción de
unos operarios del aeropuerto (ese gag/prólogo con Antonio Banderas y
Penélope Cruz es una de las dos escenas salvables de la película, de la otra
hablaré en breve) un avión en pleno vuelo se encuentra con que no pueden abrir
el tren de aterrizaje. En espera de una solución, el comandante decide drogar a
todo el pasaje para evitar una crisis, no teniendo suficiente tranquilizantes
para los pasajeros de primera, que serán, junto con tres asistentes de vuelo y
los dos pilotos (Hugo Silva y Antonio de la Torre), los protagonistas de esta
¿comedia? coral. Este es el punto de partida interesante y que podría
desembocar en diversos estilos que Almodóvar se empeña en mezclar (en lugar de elegir) de forma torpe y
confusa. Según conocemos las historias internas de cada pasajero (en una
especie de Gran Hermano aéreo) podríamos encontrarnos ante una película de
intriga (tenemos a un asesino a sueldo –José María Yazpik- que comparte espacio con su próxima víctima
–Cecilia Roth- y una vidente que viaja a México es busca de unos desaparecidos
–Lola Dueñas-), una crónica política (hay un político prófugo acusado de
corrupción –José Luis Torrijo- y el aeropuerto donde finalmente tratarán de
aterrizar lleva años construido y nunca se ha utilizado), una comedia loca (los
tres asistentes –por no decir azafatos- son gays –Carlos Areces, Javier Cámara
y Raúl Arévalo- y tratan de rebajar la
tensión con una actuación musical), un drama (por la historia del político que
lleva años sin saber de su hija desaparecida que resulta que ahora trabaja de
score –por no decir puta- o los momentos previos al aterrizaje forzoso que invitan
a pensar que todo puede acabar en tragedia) o apostar por el tono romántico (un
galán de cine –Guillermo Toledo- huye de
una relación destructiva –con Paz Vega- mientras comprende que abandonó e hirió
a la chica que realmente merecía la pena –Blanca Suarez-). Pero el manchego
quiere jugar todas las cartas a la vez, meterlas todas en una batidora y
ofrecernos el batiburrillo resultante, sin importarle que sea inconexo o carezca
de ritmo.
Pero
quien considere mi crítica como un simple punto de vista –opinable, como
todos-, resulta que comete aquí el señor Pedro un error de novato que me ayuda
a cerrar toda posibilidad de debate. Si repasamos la gran totalidad de las
críticas profesionales (tanto las que son a favor como las que son en contra, o
incluso las más indiferentes) todo el mundo coincide en que lo mejor de la
película es la secuencia protagonizada por Blanca Suarez, compartida con Carmen
Machi, una secuencia que transcurre en tierra firme. De hecho, el único momento
–quitando el arranque y el desenlace- que transcurre en tierra firme. Si una
película cuya gracia reside en que todo sucede dentro de un avión resulta que
su mayor logro está fuera… ¿no es muestra suficiente de que algo no funciona?
Pero
no todos los defectos se centran en la decepción que provoca la falta de
aprovechamiento de un buen punto de partida, sino la degradación total a la que
se llega cuando, con la excusa de mezclar mescalina en agua de Valencia
(gracias a los últimos pasajeros que faltaban por nombrar, unos recién casados
interpretados –por decir algo, pues son los más flojos o peor aprovechados del
casting- por Miguel Ángel Silvestre y Laya Martí), todo deriva en una bacanal
sexual, filmadas con verdadero mal gusto y abusando de los chistes de
cacapedoculopis que harían sonrojar a los propios hermanos Farrelly. Si lo mejor que puede hacer Almodóvar con una
buena idea y unos grandes actores (pese a todo Cámara sigue siendo inmenso, por
más que sus esfuerzos para salvar esta mamarrachada sean estériles) sea un
surtido de felaciones, “enculadas” y coitos despreciando cualquier atisbo de la
más mínima moral y aplaudiendo el alcoholismo, las drogas y el vicio, pues casi
mejor que se podría haber quedado en su casa manchega.
Quiero
comentar también que Almodóvar siempre ha sido un icono gay. No me considero
homófogo aunque tampoco conozco demasiado ese ambiente, pero si lo que se ve en
el film pretende servir de referencia al mundo gay creo que les está haciendo
un flaco favor.
Por
supuesto, estoy hablando todo el rato de comedia porque así es como se ha
definido la película, pero aún estoy esperando no sólo una carcajada sino una
mínima sonrisa durante toda la proyección. Y o bien me quedé sordo ese día o
puedo hablar también por el resto de la sala. Independientemente de que a
alguien le puedan hacer más o menos gracia las guarradas (de eso se nutre la
comedia americana durante los últimos años), esta película no tiene nada
divertido y ni siquiera recuerdo un solo diálogo que pueda merecer la pena.
No
quiero hacer leña, pero creedme. Es mala, muy mala. Y sentí incluso vergüenza
de que próximamente vaya a ser representante del cine español. Solo el prólogo
de Antonio y Pe y los momentos de Blanca Suarez se aguantan. Y eso es demasiado
poco.
No
diré si al final el avión se estrella o no, pero Pedrito, desde luego, sí lo ha
hecho. Yo no odio a Almodóvar, pero otra película como esta y empezaré a
hacerlo.
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