Resulta curioso lo que
está pasando últimamente en el cine americano. Ante la constante escasez de
ideas han echado la vista atrás y centrado su interés en las películas de los
años 80, esa época gloriosa de sesiones dobles, cine B de calidad y videoclubes
donde recuperar en VHS aquellos subproductos que no llegaban a los cines pero
todo el mundo estaba deseando alquilar. Hablo de la década que encumbró a
Spielberg y Lucas, donde las comedias juveniles eras frescas y alocadas y donde
el culto al cuerpo tuvo su máximo exponente en dos actores: Arnold
Schwarzenegger y Silvester Stallone, aunque también andaban por ahí Willis, Van
Damme o Seagal. Y, por supuesto, el 3D se veía (por decir algo) gracias a unas
gafas de cartón con unos plásticos verdes y rojos a la altura de los ojos. ¡Ah,
qué tiempos aquellos! ¡Cómo los añoramos todos! ¿O no? P
ues va a ser que no.
Cada vez que Hollywood ha
querido copiar el esquema se ha pegado un batacazo, a excepción de los remakes
pésimos de pelis de terror que siempre tendrán su público fiel y poco exigente.
Quitando Super 8 (ese maravilloso
homenaje a la generación Goonies, que
tampoco es que rompiera taquillas precisamente) hemos visto recientemente (o,
mejor dicho, no hemos visto, ya que prácticamente nadie fue a verlas) los
fracasos de Conan, Desafío total, Dreed o El último desafío,
y la película de la que toca hablar hoy, Una
bala en la cabeza, es el último ejemplo.
Y eso que a priori lo
tiene todo para triunfar: una historia interesante con aires de redención y
usando una técnica que siempre gusta: la de compañeros que no se parecen en
nada y están obligados a colaborar; un
actor antaño rompetaquillas, Stallone, que había desaparecido de la escena
(seguía haciendo películas, pero todas eran carne de videoclub, digo, de
emuler, quitando las apuestas seguras de Rocky
y Rambo) sin contar con Los Mercenarios (que en realidad no son
más que verbenas de verano del Imserso, y mientras los abuelicos se lo pasen
bien, ¿qué importa lo que recauden?); un villano con presencia (Jason Momoa ha
sido el nuevo Conan y ya había
destacado en Juego de Tronos); unos
secundarios de lujo como Christian Slater (otro superviviente de los 80 que
últimamente vive de hacer series de televisión que le cancelan a las primeras
de cambio), Sung Kang (visto en La Jungla
4.0 y en las entregad 5 y 6 de Fast&Furious)
o Adewale Akinnuoye-Agbaje (Thor, La Cosa, G.I.Joe, pero recordado para la eternidad como el Señor Eko de Perdidos); y como maestro de ceremonias
un director de prestigio y demostrada calidad en este tipo de producciones,
Walter Hill (director de clásicos como The
Warriors, Límite: 48 horas, Danko).
Todo este cóctel tendría
que dar como resultado un éxito seguro, pero como ya comenté cuando analicé El último desafío, el público de hoy ni conocen a Stallone ni
les importa un pepino.
Y después de todo este
rollo, ¿la película qué tal?, os preguntaréis. Pues la película francamente
bien, quizá no tan redonda como El último
desafío (ya habréis deducido que comparten muchos rasgos) pero todos y cada
uno de los elementos anteriormente mencionados cumplen con su cometido a la
perfección, incluyendo a un creíble
Stallone en el papel de un asesino retirado que debe formar equipo con un
detective de la policía para detener a un peligroso mafioso -aunque para él hay
un tema personal de venganza-, aportando a su interpretación un sentido del
humor y una ironía que lo acercan más a sus compinches Schwarzenegger y Willis
que a sus míticos Rocky o Rambo.
Por poner alguna pega,
encuentro el guion algo poco trabajado, demasiado lineal. No seré yo quien le
pida a una película de estas características unos diálogos shakespearianos,
pero algún giro argumental no le habría ido nada mal. Se presentan los
personajes de Stallone y Kang, forman equipo, se pelean, vuelven a unirse y a
comprenderse mejor el uno al otro, van a casa del malo, hay una pelea final y adiós.
Se echa en falta alguna sorpresa, algo que no deje con la sensación de que todo
ha sido demasiado fácil.
Aun así, la película entretiene, y al final Stallone y Momoa se lían a tortas,
que en resumen es de lo que va la cosa. ¿Para qué pedir más?
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