Siempre me gusta analizar
una película tratando de centrarme en su contenido, no en lo que la rodea. Esto
no siempre es fácil y este film es un claro ejemplo para la mayoría de
críticos. Aunque lo cierto es que la culpa no es solo de ellos, ya que es la
propia productora la que insiste en publicitar esta película comparándola con El secreto de sus ojos. Y al parecer
pierde claramente todas las comparaciones.
Por desgracia para mí y
fortuna para Tesis sobre un homicidio,
debo confesar con vergüenza no haber visto el film el Campanella, por lo que mi
crítica podrá ser más virgen y menos influenciada. ¿Y qué queréis que os diga?
A mí me ha gustado. Y mucho. No habituado al cine argentino sus diálogos me han
parecido brillantes y Ricardo Darín, un monstruo de la interpretación que se
come con patatas a todos sus compañeros y haciendo que Albert Ammann, que tanto
brillaba en Celda 211, parezca aquí
un novato.
La trama gira alrededor de
un profesor de derecho, Roberto Bermúdez (Darín) que durante una de sus
ponencias a la que asiste Gonzalo Ruiz Cordera (Ammann), hijo de un viejo
amigo, son testigos del hallazgo del cadáver de una muchacha frente al edificio
de la facultad, precisamente ante la ventana del aula de Roberto. El profesor y
antiguo abogado se obceca con la investigación del crimen, con una sola idea en
la cabeza, la culpabilidad de Gonzalo.
Esta es precisamente la
principal lacra del film, la ausencia de más sospechosos que inviten al
espectador a realizar sus propias especulaciones. Así, todo se reduce a un
juego del gato y el ratón entre Darín y Ammann, un laberinto delimitado por los
secretos de un pasado turbio y los rencores nunca resueltos.
Pero hay además en Tesis sobre un homicidio, aparte del
misterio del asesinato, una reflexión sobre la obsesión, mostrando cómo una
fijación puede afectar a una persona hasta el punto de arruinar su vida y
condenarlo a la más absoluta soledad.
Inteligente y misteriosa,
la dirección de Hernán Goldfrid es sobria y elegante, desconcertando con sus
trampas y regalando ligeras pinceladas de detalles cual si fueran pistas de un
acertijo sin solución. Y es que después de todo el final es abierto y
desconcertante, ya que recordemos que lo importante no es la culpabilidad o no
de Gonzalo, sino la obsesión de Roberto. Pero... ¿es cierto que no haya un
final cerrado? Roberto dice en no pocas ocasiones que lo importante en un caso
de asesinato son los detalles, y aunque no sea necesario aunque si recomendable
un segundo visionado de la película, es evidente que esos detalles están ahí
esperando a ser reconocidos para, con ellos, comprender la resolución del
misterio en un final, ahora sí, impecable.
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