Resulta
curioso que se haya elegido para realizar una película sobre un icono tan
americano como Jacqueline Kennedy a un realizador chileno como Pablo Larraín,
por más que su último trabajo como director sea también una obra pseudobiográfica
como Neruda.
Con
todo, Jackie no es un biopic al uso,
ya que no trata de explicar la vida de la primera dama más famosa de los
Estados unidos, sino que plantea como fueron los días posteriores al asesinato
de su marido en Dallas.
Jackie
Kennedy fue toda una celebridad, por más que esa fama no se deba ni a su
influencia política en el trabajo del Presidente ni por sus actos benéficos.
Fue, precisamente, tras la muerte de JFK cuando su figura tomó relevancia por
su empeño en proteger la memoria de su marido y asegurarse de que tuviese un
funeral a la altura de las circunstancias, y en ello se basa Larraín para su
película.
Lamentablemente,
el que el director chileno se centre en esas pocas horas para definir la figura
de la Kennedy no justifica la poca definición del personaje. Está muy bien
saber qué hizo la primera dama, pero no queda del todo claro el porqué, no estando
suficientemente justificadas sus acciones como para hacerse una idea clara de
sus pensamientos.
Quizá
consciente de las debilidades de un guion que peca de plano y reiterativo,
Larraín apuesta por confiar ciegamente en su actriz protagonista, y ahí sí
acierta de pleno. Natalie Portman, gran actriz donde las haya, soporta sin
ningún problema unos primeros planos constantes, una cámara que la sigue
haciéndola casi omnipresente en toda la película y le brinda la posibilidad de
lucir todo un repertorio de expresiones que ella acepta con sumo grado. La
actriz compone una interpretación de matices cuasi perfecta, convirtiéndose en
el foco de atención de la película y siendo ella, y solo ella, quien la eleva
muy por encima de lo que merece como simple vehículo narrativo.
Sin
ella, Jackie sería una película
vacía, un simple retrato no carente de interés, pero frío y distante sobre los
preparativos de un funeral de estado. Su personaje se empeña en comparar en
todo momento la figura de su marido con la del Presidente Lincoln, y quizá eso
invita a comparar la propia película con La
conspiración, aquel film de Robert Redford sobre los acontecimientos
inmediatamente posteriores al asesinato de Lincoln, y en tal caso, solo Portman
es capaz de marcar las diferencias y dar vida a una película de sin su elegancia
y dolorosa presencia sería ligeramente teatral o televisiva. Unas diferencias
que podrían suponerle un nuevo Oscar, o por lo menos la firme oposición ante la
favorita Emma Stone.
Más
allá de la interpretación de la actriz y de servir para despedir en pantalla al
gran John Hurt, la película aporta demasiado poco como para destacarla
demasiado, más allá de poder conocer las intimidades de la Casa Blanca y ofrecer
una banda sonora tan extraña como absorbente.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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