lunes, 20 de febrero de 2017

JACKIE, Natalie Portman salva la función.

Resulta curioso que se haya elegido para realizar una película sobre un icono tan americano como Jacqueline Kennedy a un realizador chileno como Pablo Larraín, por más que su último trabajo como director sea también una obra pseudobiográfica como Neruda.
Con todo, Jackie no es un biopic al uso, ya que no trata de explicar la vida de la primera dama más famosa de los Estados unidos, sino que plantea como fueron los días posteriores al asesinato de su marido en Dallas.
Jackie Kennedy fue toda una celebridad, por más que esa fama no se deba ni a su influencia política en el trabajo del Presidente ni por sus actos benéficos. Fue, precisamente, tras la muerte de JFK cuando su figura tomó relevancia por su empeño en proteger la memoria de su marido y asegurarse de que tuviese un funeral a la altura de las circunstancias, y en ello se basa Larraín para su película.
Lamentablemente, el que el director chileno se centre en esas pocas horas para definir la figura de la Kennedy no justifica la poca definición del personaje. Está muy bien saber qué hizo la primera dama, pero no queda del todo claro el porqué, no estando suficientemente justificadas sus acciones como para hacerse una idea clara de sus pensamientos.
Quizá consciente de las debilidades de un guion que peca de plano y reiterativo, Larraín apuesta por confiar ciegamente en su actriz protagonista, y ahí sí acierta de pleno. Natalie Portman, gran actriz donde las haya, soporta sin ningún problema unos primeros planos constantes, una cámara que la sigue haciéndola casi omnipresente en toda la película y le brinda la posibilidad de lucir todo un repertorio de expresiones que ella acepta con sumo grado. La actriz compone una interpretación de matices cuasi perfecta, convirtiéndose en el foco de atención de la película y siendo ella, y solo ella, quien la eleva muy por encima de lo que merece como simple vehículo narrativo.
Sin ella, Jackie sería una película vacía, un simple retrato no carente de interés, pero frío y distante sobre los preparativos de un funeral de estado. Su personaje se empeña en comparar en todo momento la figura de su marido con la del Presidente Lincoln, y quizá eso invita a comparar la propia película con La conspiración, aquel film de Robert Redford sobre los acontecimientos inmediatamente posteriores al asesinato de Lincoln, y en tal caso, solo Portman es capaz de marcar las diferencias y dar vida a una película de sin su elegancia y dolorosa presencia sería ligeramente teatral o televisiva. Unas diferencias que podrían suponerle un nuevo Oscar, o por lo menos la firme oposición ante la favorita Emma Stone.
Más allá de la interpretación de la actriz y de servir para despedir en pantalla al gran John Hurt, la película aporta demasiado poco como para destacarla demasiado, más allá de poder conocer las intimidades de la Casa Blanca y ofrecer una banda sonora tan extraña como absorbente.

Valoración: Cinco sobre diez.

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