Mientras
se produce la cuenta final para la ceremonia de los Oscars de Hollywood, siguen
llegando con cuentagotas aquellas películas que se esperaba iban a ser
importantes en esa noche mágica. El nacimiento de una nación era, a priori, una de ellas, pero ha quedado finalmente fuera
de la terma y muy probablemente de manera injusta.
Nate
Parker escribe, dirige y protagoniza una película inspirada en la historia real
de Nat Turner, un esclavo negro que sabía leer y escribir y que, viendo sus
dotes como predicador, su dueño decide cobrar por recorrer granjas de la zona
para que predique (y de paso adoctrine) a otros esclavos. Pero ya se sabe lo
que se dice: tanto va el cántaro a la fuente… Nat, que dentro de lo malo no
tenía un amo especialmente cruel (de hecho, jugaban juntos siendo niños)
descubre la realidad que asola a su raza cuando sale al mundo exterior y decide
provocar una revuelta inédita hasta entonces para su gente.
No
creo que sea casual el título elegido por Parker para su película. El nacimiento de una nación es un título
de culto del cine mudo donde D. W. Griffith proponía que la consistencia de los
Estados Unidos se forjó tras la Guerra Civil, empleando para ello unas técnicas
cinematográficas ejemplares y revolucionarias y que sentaría las bases del cine
moderno.
Sin embargo, su película era un claro ejemplo del racismo más descarnado,
alabando la supremacía blanca y convirtiendo en héroes a los miembros del Ku
Klux Klan, que según él se limitaban a impartir justicia. Por eso, Parker
parece querer dar la vuelta a la tortilla y aprovecharse de ese mismo título
con ironía para reivindicar el extremo opuesto (el lógico y natural), donde los
negros eran las víctimas y los blancos los malvados. Al hacerlo, sin embargo,
se deja llevar demasiado por su propósito, errando al volcar demasiado la
balanza. Aquí no hay espacio para los claroscuros ni piedad para los blancos.
Salvo, quizá, el personaje interpretado por Penelope Ann Miller, todos los
blancos son espantosamente malos, incluso aquellos que parecen destinados a no
serlo, y eso desvirtúa un poco la narración. No es que sea defendible un
esclavista como un ser positivo, desde luego, pero trasladándonos a la época y
a la manera de pensar de la sociedad aquella, sería conveniente establecer con
más determinación niveles de maldad, algo que sí sabe mostrar Steve McQueen en 12 años de esclavitud. No obstante, si
hay alguna zona turbia entre los propios esclavos, llegando su venganza a
confundirse entre la justicia y el fanatismo (por eso de usar el nombre de Dios
en su misión), lo que creo se debe más a los excesos apasionados del propio
Parker que a una intención crítica hacia su héroe.
Esta
iba a ser una película pequeñita, una de esas producciones independientes que
terminan por volverse obra de culto con el paso de los años, pero tras su
arrollador éxito en Sundance, Fox Searchlight Pictures compró sus derechos de
distribución con el precio más alto pagado hasta la fecha y convirtió la
película en una superproducción destinada a tener una fuerte presencia en unos
Oscars que, en contrapunto a los del año anterior, van a tener mucha presencia
afroamericana.
Es por eso que la película gana muchos enteros si se la valora
como lo que debería haber sido, un film modesto, más ambicioso en su mensaje
que en su producción, que cuenta una historia dura y desgarradora con un
magnífico trabajo de Parker como director, pero quizá algo más justo en su
faceta de intérprete.
El
problema más grave de la película es que al final no cuenta nada que no
conozcamos ya. Más interesado en poner el acento en la época que en el
personaje, resulta inevitable ver en El nacimiento de una nación reflejos que
recuerdan demasiado a la ya mencionada 12
años de esclavitud o incluso a otros títulos recientes como Los hombres libres de Jones. No es que
la injusticia histórica contra la raza negra en la época de la Secesión (y
heredada hasta la actualidad) no merezca ser contada una y mil veces, pero a
veces el mensaje puede ser más potente si se buscan alternativas más
originales. Como ejemplo de dos títulos más útiles para la causa se me ocurre
el humor negro de Django desencadenado
o, puestos a recordar que la discriminación ha perdurado en el tiempo, el
optimismo de Figuras ocultas.
Con
todo, El nacimiento de una nación es
una gran película. Una película que, en buena lógica, habría presentado batalla
contra La la land en la pugna por los
grandes premios de la temporada y que ha quedado fuera de todo (incluso de
hacer una taquilla respetable) por el turbio pasado de su director, acusado de
violación durante su etapa universitaria. Esto invita al siguiente debate:
¿Debe juzgarse una obra por las acciones de su director? Nos encontramos, una
vez más, ante un ejemplo sobre lo difícil que es dedicarse solo a valorar lo que
hay que valorar, dejando de lado el ruido de fondo. Que se lo digan a Trueba…
Valoración:
Siete sobre diez.
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