Al fin ha llegado a HBO Max la tercera temporada de Lo que hacemos en las sombras, la serie creada por Jemaine Clement a partir de la película que él mismo coescribió y codirigió junto a Taika Waititi, y lo hace con una mala noticia: todo apunta a que será la última temporada.
A
nivel estructural, la temporada adolece un poco de lo mismo que la segunda: un
arranque algo dubitativo, muy episódico, para ir comando carrerilla y encontrar
una línea argumental a partir del ascenso de los protagonistas al Consejo
Vampírico.
En
esta temporada se refuerza un poco la presencia de los que, a la larga, han
sido los personajes revelación, auténticos roba escenas que han llegado a
eclipsar incluso a los tres vampiros protagonistas y que, de haber alargado más
la serie, habrían terminado por convertirse en un problema. Me estoy
refiriendo, por supuesto, a Guillermo, que ya en la pasada temporada tuvo un
papel muy destacado, revelándose que era un descendiente directo de Van
Helsing, y a Colin Robinson, el vampiro energético que quizá esté ahora menos
divertido pero cuya presencia ha ganado en peso dentro de la estructura
familiar.
El
consejo vampírico y la búsqueda del origen de los vampiros energéticos serán
los dos principales temas de la temporada, que desembocarán en dos situaciones inusuales.
Por un lado, el nacimiento de una insospechada amistad entre Laszlo y Colin
Robinson y por otro la depresión de Nandor, que debe lidiar al frente del
consejo con las ansias de poder de la propia Nadja.
La
serie, con sus más y sus menos, mantiene un buen nivel, compensando la lógica
pérdida de frescura con el cariño cada vez mayor que uno coje a los personajes,
aunque se diría que hay un ligero aumento de humor de brocha gorda que no necesitaba
la serie. Con todo, la amenaza de una despedida (y aunque no hay anuncio
oficial, así lo augura el episodio final) provoca una profunda tristeza, más
cuando no es un final en plan celebración, triste pero nostálgico y amable a la
vez, como fueron los casos de Friends
o The big bang theory, por nombras
dos ejemplos de comedias ya finalizadas, sino que, como no podría ser de otra
manera, se despide con una patada en las pelotas del espectador, manteniendo la
línea de gamberrismo y desconcierto y haciendo que uno ponga cara de WTF ante el televisor.
Me
queda, en caso de ser un final definitivo, la tristeza de no haberme podido
despedir de esos protagonistas (casi) invisibles, los cámaras de televisión,
con los que Clement sabe jugar lo suficiente como para darles un papel más
activo que en, por ejemplo, Modern Family,
ejemplo de sitcom que seguía el estilo popularizado por The office.
Suenan
rumores de que, pese a todo, podría haber continuación si en FX dan su
bendición, aunque el temor de alargar demasiado el chicle me hace tener el
corazón dividido ante tal posibilidad.
Sea
como sea, ya están disponibles los (hasta ahora) últimos diez episodios de la
serie y es solo cuestión de tiempo averiguar si los vampiros más extravagantes
del panorama audiovisual van a regresar a hacer de las suyas o no, aunque tal y
como termina todo, no lo van a tener nada fácil para volver a ser una
«familia», aunque sea tan poco convencional como la suya.
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