Mucha pereza me daba esta edición de los Oscar. Incluso me planteé no ver siquiera la gala. Puede que mi reciente paternidad influyera en ello (las noches ya no son iguales, amigos), pero creo que lo que pesó más es que de las películas nominadas hay una parte de ellas que no he podido ver aún (caso de Coda, El método Williams, Tik tik boom! o Spencer) y otra parte que, perdonadme, ni sabía de su existencia (como La hija oscura, Drive my car o Los ojos de Tammy Faye). Sin embargo, al final me pudo la curiosidad y, aunque sin las palomitas y la parafernalia de otros años (la vi desde la cama, lo confieso), terminé por seguir la gala hasta unas dolorosas seis de la mañana.
Tampoco voy a recrearme mucho
con mi comentario, pues más allá de que sigamos estando en una época extraña
(no tanto como el año pasado, pero casi), lo cierto es que hace tiempo que
perdí la fe en unos premios que han dejado de lado la calidad para centrarse en
una especie de gafapastismo de cuatro duros de la que solo se habría salvado
si, como en la época gloriosa en la que se reconocía la tremenda labor que
supuso llevar a cabo proezas como Titanic
o El Señor de los Anillos, Dune hubiera arrasado. Y aunque fue la
triunfadora a nivel numérico, todas sus estatuillas fueron de carácter técnico,
algo que, con el boicot insistente a Marvel
(se inventan eso de película más popular y Ejército
de los muertos triunfa sobre Spiderman: no way home, que queda en cuarta posición por debajo de Cenicienta y (¿me puedo reir ya?) El fotógrafo de Minamata).
El caso es que ganó Coda, que aunque no he visto me
satisface profundamente ya que El poder del perro me pareció un peñazo increíble. Como increíble me parece el Oscar a su directora, que hace un buen
trabajo visual pero nada comparado con esa segunda juventud que demuestra
Spielberg y la magia que desprende cada una de las escenas de su West side Story. No entiendo que lo que
más se valore de la película de Campion sea su mentase contra la toxicidad
masculina pero se la ignore precisamente en el apartado del guion.
Como decía, ganó Coda, lo que me da pie a volver a
arremeter contra los pesados que critican el cine de verdad (es decir, el que
va a ver la gente a los cines, ya sea Marvel,
Fast&Furious o lo que tercie en
cada momento) con la cantinela de que todo son franquicias, ya sea en forma de
secuela, remake, reboot… Pues para que quede bien claro, tampoco Coda tiene nada de original, ya que es
una secuela de la película francesa La familia Bélier, que por cierto, si me ha de servir como referencia para ver
la peli de Sian Heder (o la mujer que con el mejor guion del año hace la mejor
película del año pero no merece ser siquiera nominada como director), mejor me
lo ahorro. Ni de independiente, ya puestos, que al fin y al cabo la ha pagado Apple.
Por quedarme con lo bueno, me
quedo con el Oscar para mi adorado Kenneth Branagh por Belfast y con el toque español de El Limpiaparabrisas, aunque me hubiera hecho ilusión que Bardem,
Cruz o Iglesias hubiesen rascado algo también.
En fin, que al final la gala
fue histórica y consiguió lo que no se había logrado desde hace años: ser el
tema de conversación del todo el mundo al día siguiente. Por unos minutos, la
guerra en Ucrania, la crisis de los transportistas y las subidas de precios
fueron secundarias. Quizá solo por eso ya merezca el señor Smith nuestro
agradecimiento.
De Coda, como de Moonlight, Normadland y otras, nadie se acordará en
unos meses. Lo de Smith y Rock pasará a la historia.
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