No es ningún secreto que, junto al thriller y el terror, la comedia es el género de nuestra producción cinematográfica que mejor resultados da en taquilla. Sin embargo, en los últimos años nos encontramos con películas algo encorsetadas, cortadas por un mismo patrón, demasiado genérico y previsible, ya sea hablando de las lujosas producciones de Mediaset o de las comedias familiares de Santiago Segura.
Canallas viene a romper esta rutina, recuperando, de paso, a
la figura más clásica (lamentablemente) e la literatura española: el pícaro.
Hablar de picaresca es como tratar de defender al villano de una historia,
pretendiendo dotar de empatía y cierta gracia a sus acciones y convirtiéndolo,
por mano de las circunstancias, de agresor a víctima, como bien sabe el
Lazarillo de Tormes.
En
Canallas, la segunda película de
Daniel Guzmán como director tras la interesante A cambio de nada, no vemos realmente a tres villanos, sino a tres
perdedores que aspiran a serlo, hundiéndose cada vez más en sus propias
miserias y sin lograr pasar de ser simples canallas de barrio, víctimas de una
sociedad en la que no encajan pero, sobre todo, víctimas de su propio
patetismo.
Para
componer esta historia escrita por él mismo, Guzmán juega unas cartas muy
arriesgadas. Por un lado, reúne un elenco muy especial para su triplete
protagonista, en el que junta a uno de los mejores actores del cine español con
un completo desconocido, completando la tripleta con su propia figura. Tras la
vilipendiada (parece que solo yo la hubiese disfrutado) Yucatán, puede que mucho piense que la comedia no es el terreno más
firme para Luis Tosar, que aquí se quita estigmas de un plumazo y se muestra
divertidísimo. Guzmán, un poco como en el personaje que le dio la fama en Aquí
no hay quien viva, es la perfecta imagen del aspirante a nada, ese granuja que
quiere conseguir lo mejor de sí mismo pero siempre por los caminos equivocados.
Y no hay palabras para definir al nuevo descubrimiento de nuestra filmografía,
un Joaquín González al que fácilmente se podría comparar en su debut al que
tuvo la arrebatadora Carmina Barrios de la mano de su hijo Pedro León. González
no era ni siquiera actor, es un amigo de la infancia de Guzmán que debuta en el
mundo del cine y parece ser tan absurdamente desternillante como s propio
personaje. De hecho, todo el guion, que también es obra de Guzmán, mezcla
constantemente anécdotas propias con fantasía, creando una línea difusa entre
realidad y ficción. Para terminar de redondear el cuadro, hay más debutantes en
este film, ya que Esther Álvarez (que falleció al poco tiempo de terminar el
rodaje y a quien va dedicada la película), Brenda González y Chema González
son, tanto en la vida real como en la película, la madre, hija y hermano,
respectivamente, de Joaquín González, dando así una aire de realismo y
naturalidad muy efectivo.
Canallas
cuenta la historia de un hombre que vive embargado por sus propias fantasías,
que de tanto hacerse pasar por empresario de éxito no consigue separar sus
aspiraciones con su realidad, cuando tras un encuentro casual con sus dos amigos
de la infancia se meten en un berenjenal del que ya solo sabe huir hacia
delante, entrando en una espiral en la que cada decisión tomada no hará sino
empeorar la anterior.
Unos
personajes muy de barrio para una película con regusto a Azcona pero que
también tiene cosas muy de Fresser y que entremezcla un canto a la amistad (una
amistad real, no impostada, de esa en la que hay cabida para el desprecio y el egoísmo,
que no todo son flores y sacrificios desinteresados en el mundo real) tanto
como para la denuncia social y el retrato urbano de una periferia urbana
anclada en el pasado que, aunque quiere, no sabe mirar hacia delante.
Delirante
y muy divertida, Guzmán ha dado un salto de gigante hacia su consagración sin
dar la sensación de haberse despeinado siquiera.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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