Estamos ante una de esas películas cuya mera existencia es difícil de justificar y cuya leve repercusión en taquilla es fácil de comprender, más allá de su calidad. Basada en la simpática serie que Tele5 mantuvo en antena entre y 2005 y 2009, la propuesta, con los chanantes Miguel Esteban, Joaquín Reyes y Ernesto Sevilla como cabezas pensantes (entre los tres firman un guion que el último se encarga de dirigir), va muy dirigida a un público juvenil que adora a estos tipos en televisión y, sobretodo, e Internet, pero que puede que no estén dispuestos a pagar el precio de una entrada de cine por disfrutar de su humor, a la par que no tienen ni idea de la serie en la que se basa, pues les toca ya de muy lejos. Y eso ni la estéril participación de Ibai Llanos lo soluciona.
Estando
yo entre el resto del público, lo primero que pensé tras ver Cámara Café, la película, es que
traiciona totalmente el espíritu de la serie, limitándose a recuperar a unos
personajes reconocibles y poco más. No es que me parezca algo malo, de hecho me
resultaba absurdo convertir una propuesta de sketches en un largometraje, algo
que ya intentaron, también sin demasiado éxito, otros genios de la comedia como
son Tricicle con su adaptación cinematográfica
de Tres Estrelles, llamada Palace. Y es que lo que definía a la
serie, aparte de un humor ácido basado en una muy buena construcción de
personajes, era su sentido coral y la limitación de escenarios, pues todo
ocurría, precisamente, frente a la máquina del café de una oficina, dando
título a la serie.
En
la película, pese a mantenerse todos los personajes (y alguno nuevo) como ya he
comentado (aunque Luis Varela se limita a un cameo y César Serrachu está en
alma pero no en cuerpo), el argumento gira casi exclusivamente alrededor de Arturo
Valls, que si bien es capaz de soportar el peso del protagonismo, llega a
resultar un poco cargante, volviéndose a interpretar (una vez más) a sí mismo,
de manera que uno no sabe si es el empleado de una oficina o si en cualquier momento
va a hacer que sus compañeros de reparto caigan por un agujero por responder
mal a una pregunta. Así pues, el uso del nombre de Cámara Café es más un
reclamo publicitario que otra cosa.
Ojo,
no estoy diciendo que la película sea mala, pues sin ser nada del otro mundo
cumple como comedia de pocas pretensiones y consigue provocar un puñado de
carcajadas, siendo cuando más se aleja de la propuesta original y alcanza el
surrealismo más absurdo (como en la invasión extraterrestre, el bucle temporal,
la lucha de catanas -¡cómo crece la película cada vez que aparece en pantalla
Ana Milán!- o los momentos musicales) cuando mejor funciona.
No
he hablado mucho del argumento, pero es que tampoco importa demasiado. La pugna
entre la división española (encabezada por Jesús Quesada/Arturo Valls y la
Portuguesa de Victoria de la Vega/Ana Millán) es bastante inverosímil y apenas
hay dos subtramas que merezcan ser mencionadas: la conversión de Quesada de
fanfarrón a perdedor, sobre todo en lo que respecta a la relación con sus hijos
y el dolor de Cañizares por la pérdida de Bernardo y la esperanza que le brinda
conocer al chico nuevo de la oficina, Robles (en este sentido, cabe destacar a
Ingrid García Jonsson y Javier Botet como dos grandes aciertos en el apartado
de las nuevas incorporaciones). Argumentos superfluos y, sobretodo, poco
verosímiles que solo sirven para que el humor tenga cabida a golpe de gag y
dejar hueco a algún que otro cameo (volvemos con lo de los amiguetes)
divertido.
En
fin, que como producto de entretenimiento la película cumple más o menos bien,
si nos olvidamos de que nos habían prometido regresar al cuartito de la máquina
de café que a la postre debe ser el escenario menos utilizado, aunque se echa
en falta algo más de participación de Carolina Cerezuela, Esperanza Elipe, Alex
O’Dogherty y compañía…
Valoración:
Seis sobre diez.
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