Siguiendo con películas aspirantes a ser coronadas como lo mejor del año, El poder del perro, de Jane Campion, ha sido definida como una de las obras maestras del recientemente finiquitado 2021.
Planteada
inicialmente como un western oscuro y muy reflexivo, la historia va mutando
para tornarse más negra y desasosegante hasta invitar al desconcierto, girando
siempre en torno a la masculinidad tóxica, desmontando la figura del vaquero
macho y viril que tan bien representaban actores como John Wayne.
En
este sentido, reconozco sus méritos, así como la inteligencia de un guion que
se mueve siempre con una exquisita sutilidad, obligando a un ejercicio de
concentración para no perderse detalle de su tramo final y ser capaces de
componer correctamente la historia que nos propone Campion a partir de una
novela de Thomas Savage. Además, contar con actores de la talla de Benedict
Cumberbatch, Kirsten Dunst, Jesse Plemons o Kodi Smit-McPhee, es toda una
garantía.
¿Cuál
es el problema, pues? Ni más ni menos que la realización de Jane Campion, que
es insufriblemente tediosa. Me parecen muy bien esos críticos que se han
deleitado con su trabajo, pero a mi parecer conseguir llegar al final de la
película es prácticamente una tortura, eligiendo la directora un ritmo tan
intencionadamente contemplativo que, cuando se descubre el pastel, uno ha
perdido ya todo el interés a lo que nos quieren contar.
Por
lo tanto, no puedo aplaudir una propuesta que, más allá de un final apasionante
en lo que cuenta pero no en el cómo, a lo único que invita no es a reflexionar
o debatir, sino a pegarse una buena cabezada o utilizar la famosa (y odiosa)
utilidad de Netflix que permite
reproducir una película al doble de su velocidad normal.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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