Pese a lo llamativo de su cartel y a la premisa que se nos presenta, Instintos ocultos, de Neil Burger, es mucho menos provocadora de lo que presume. Teníamos un poco perdido a este director tras haber arrancado la malograda franquicia de Divergente, pero su regreso como autor completo (suyo es también el guion) no es que sea para lanzar cohetes, en vista de la escasa originalidad de la propuesta.
Instintos
ocultos es, en su planteamiento, una amalgama de un buen puñado de historias
contadas ya con anterioridad, a las que el aspecto visual no engrandece y del
que solo cabe rescatar el manido trasfondo social.
La
historia nos presenta un futuro en el que la Tierra se acerca a su extinción y
se decide enviar una nave a un recién descubierto planeta apto para la vida
humana. El problema es que el viaje
durará tres generaciones, por lo que los jóvenes tripulantes saben que
seguramente no podrán ver el final de la misión. Para evitar distracciones y
problemas, se les administra una droga que suprime sus instintos primarios,
tales como el placer y el deseo, pero, claro, llegará el momento en que lo
descubran y no les haga demasiada gracia.
Con
un reparto muy joven capitaneado por Tye Sheridan (Ready player one), Fion Whitehead (Dunkerque) y Lily-Rose Depp (esta última más conocida por ser hija
de Johnny Depp y Vanesa Paradis que por su carreta cinematográfica), y con
Colin Farrell como líder y mentor del grupo, la película muestra a una serie de
personajes demasiado volubles e irresponsables como para creerse mucho la
historia (no da nunca la sensación de que, por automatizado que esté todo, sean
capaces por sí mismos de hacer llegar la nave a buen puerto), amén de las
continuas decisiones que toman, la mayoría aleatorias y difíciles de
comprender. Por eso, y dejando de lado el desenlace del conflicto (una truco
que se utilizó ya en Infinity War a modo
de chiste/homenaje y que aquí es una simple imitación de un clásico de la
ciencia ficción), nos queda abrazar tan solo el mensaje nada sutil que nos
quiere ofrecer el señor Burger: que sin un orden y una cadena de mando se
deriva en el caos, condenando así la anarquía y, quizá, incluso la libertar de
derechos o el librepensamiento. No es tan radical la propuesta (no alcanza para
tanto), pero lo parece. Es, en fin, una revisión de baratillo de El señor de las moscas tocada por el
estilismo de Los 100.
Entretenimiento
justo mucho menos reflexivo de lo que pretende.
Valoración:
Cinco sobre diez.
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