Hace
unos días escribí un artículo en el que, aparte de analizar la película de Spider-man: No way home con spoilers,
hice una reflexión sobre cómo una película de Superhéroes (género tan denostado
por muchos) iba a hacer volver a los espectadores a las salas de cine.
Esto
es muy importante porque ha demostrado al espectador que es posible regresar a
las salas de cine sin miedo. De nuevo se han hecho colas en taquilla, se ha
gastado dinero en palomitas y refrescos y, lo más maravilloso, se han vuelto a
escuchar aplausos, lágrimas contenidas y gritos de asombro en una sala de cine.
Eso
no significa que esté todo solucionado, pues los grandes números que está
consiguiendo la última colaboración entre Sony
y Marvel está enmascarando los
fracasos en taquilla de películas tan maravillosas como El último duelo, West Side story y muchas otras que están siendo injustamente maltratadas por el
público. Eso provoca que muchos acusen a los seguidores Marvel de maquillar una situación que sigue siendo muy preocupante,
pero no nos engañemos. El problema no se ha arreglado, desde luego, pero al
menos se ha dado un paso de gigante consiguiendo que todos aquellos que se
negaban a ir al cine (ya sea por precaución, por las plataformas, por el
pirateo, por vagancia o por lo que se ha dado por llamar coronafobia) han dado
el primer paso. Si Spider-man hubiese
sido un fracaso (o un éxito discreto), las cosas se habrían puesto muy feas.
Pero no ha sido así, y toda la industria del cine (incluso los que están viendo
como sus películas se estrenan con las salas vacías). Al final, esto es el
efecto dominó, y solo hay que tener paciencia para ver lo que se tarda en
recuperar la normalidad. Esperemos que con propuestas tan esperadas como Maverick, Jurassic World, Misión
Imposible, etc. los pelotazos se sigan sucediendo.
Es
cierto que va a haber una nueva manera de apreciar el cine, y quizá las
películas más pequeñas no van a tener mucha cabida en las carteleras, aunque
siendo sinceros, nunca la han tenido. Obras de corte independiente avaladas por
la crítica se veían condenadas a salas especializadas en cine de autor o
versiones originales, y si alguna lograba estrenarse en una sala más comercial
apenas permanecía una o dos semanas en cartel, en ocasiones en horarios
marginales. Y eso mucho antes de la llegada de Iron Man y el boom de Marvel.
Así, son muchos los que piensan que el futuro del cine se verá marcado por las
superproducciones, básicamente franquicias, secuelas y remakes (el último en
vaticinarlo ha sido Ben Affleck), y si bien eso es algo negativo, también es
inevitable.
Pero
tampoco es nada nuevo. Recuerdo la época de videoclub, donde muchas películas
sin capacidad de estrenarse en las salas tenían una segunda oportunidad. Lo
mismo que está sucediendo ahora con Netflix,
que convierte en éxitos películas que unos años antes pasaron por las
carteleras sin pena ni gloria.
Me
viene a la mente la época de la piratería, las muchas discusiones que tenía con
amigos que iban habitualmente al cine pero no tenían reparos en ver ciertos
títulos en el ordenador o el televisor (no estaba aún tan extendido el hábito
de ver cine en el móvil), justificando que había películas que «no valía la
pena ver en el cine». Nunca he estado de acuerdo con esa afirmación, ya que
considero que cualquier película gana muchos enteros en la pantalla grande
(estoy deseando ver lo nuevo de Kenneth Branagh, Belfast, aunque dudo que lo pueda lograr), pero la realidad les ha
dado la razón. Queda la duda de lo que va a pasar con la clase media, con
películas de grandes presupuestos pero que tampoco llegan a superproducciones.
Títulos como los que manejan actualmente tipos como Spielberg, Scott y otro
grandes perjudicados por estos nuevos y terribles tiempos.
Pero
nada de esto es culpa de Marvel ni de
su forma de hacer cine. De hecho, lo que hacen no es tampoco nada nuevo. Sí es
nuevo el proyecto histórico que dio lugar a Infinity War/EndGame, concebir películas
como si fueran una serie de televisión y convertir a sus aficionados en adictos
que necesitan ver cualquier película, incluso las de corte supuestamente menor,
para no perderse detalle del gran conjunto. Pero si analizamos cualquiera de
sus películas a nivel individual, está claro que la denostada Fórmula Marvel no
existe, ni las películas son parques de atracciones sin valor artístico como
afirmaba el señor Scorsese. No hay mayor diferencia de lo que se hacía a
finales de los 80 y principios de los 90. Porque la Fórmula Marvel consiste, ni
más ni menos, en ofrecer películas de entretenimiento y acción y regarla con
ciertos momentos de humor, algo que muchos parecen odiar. Como si el humor
fuese algo malo que se han inventado los señores estos de los comics. Como si
el Superman de Donner no hubiese
tenido humor. O la Jungla de Cristal
de McTiernan. O el Indiana Jones de
Spielberg. O el Regreso al Futuro de
Zemeckis. Todas ellas grandes películas convertidas hoy en día en títulos de
culto. Todas ellas parques de atracciones que funcionaron a la perfección
gracias a la Fórmula Marvel. Todas ellas décadas antes de que existiese la
Fórmula Marvel.
Menos
mal que al otro lado de la balanza hay tipos sensatos como Paul Thomas Anderson,
George Miller o (quizá el más sorprendente) Pedro Almodóvar, que han bendecido
el éxito de Spider-man y lo han
celebrado como un éxito propio.
Y
es que quizá la araña, al fin de cuentas, no haya salvado el cine, así como
concepto abstracto, pero sí ha salvado a muchas salas de cien. Y es que si las
salas de cine siguen cerrando unas tras otra, sí que será el final de la
industria.
Pero
no os preocupéis. En unos meses llegará Doctor
Strange en el multiverso de la locura. Y a poco bien que funcione, seguirá
el debate. Y mientras haya debate, significará que hay cine.
Larga
vida al cine. Y larga vida al cine blockbuster
y de espectáculo. Porque sin uno, el otro no existiría. Pese a quien le pese.
Así
que, larga vida también a Marvel.
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