Dirigida por el debutante David Casademunt, El Páramo es un ejercicio de terror angustiante y sobrecogedor, lastrado por una narrativa demasiado lenta y la ausencia de un marco en el que encuadrar la historia.
Aunque ambientada en el siglo XIX, la puesta en escena invita a pensar en un relato atemporal, con una familia viviendo en una cabaña aislada en medio de la nada y temerosa de un enemigo que acecha más allá de sus fronteras, un temor extremo hacia el resto del mundo por parte del matrimonio protagonista (Roberto Álamo e Inma Cuesta) que termina por contagiar al único hijo (excelente Asier Flores). Entiendo el juego de no conocer nada de lo que hay más allá de esos límites marcados con unas señales a medio camino entre espantapájaros y cruces, pero esa desconexión con el exterior provoca también una cierta desconexión con el propio espectador, que provoca que la relación de este con los personajes sea fría y distante.
El páramo se cuece a fuego lento, siendo una obra de ambiente, muy claustrofóbica e intimista, donde todo el peso recae casi en exclusiva en estos tres personajes, acechados a partir de cierto momento por un ser al que denominan como «la bestia» que, según la leyenda narrada por el padre (y que su propia hermana vivió en sus propias carnes), se alimenta del miedo de sus víctimas.
A partir de la entrada en escena del maligno, la película muestra un deterioro en la familia y sus relaciones personales, además de empezar a hacernos ver esa granja más como una prisión que como un refugio. Aquí es donde entra en juego la metáfora y empezamos a descubrir de lo que de verdad nos quiere hablar Casademunt, mostrando la dualidad clásica entre realidad o ficción.
¿Es real la amenaza o solo está en la imaginación de los protagonistas? La película nunca resuelve la pregunta, dejándolo a la interpretación del espectador (y por una vez el ejercicio está bien resuelto, no mediante el clásico final abrupto y desconcertante). Estamos ante una historia bien narrada y bien cerrada, abierta a dos puntos de vista que podrían venir condicionados por la propia presentación de personajes. No voy a revelar mi percepción por no recaer en el spoiler, pero considero que el matiz viene dado, precisamente, de esa presentación brusca y amargada de la familia, lo cual define muy bien lo que nos va a llegar a medida que avance el metraje pero que provoca, también, que nos puedan resultar especialmente antipáticos. Eso, junto a una puesta en escena demasiado próxima y cerrada para mi gusto, me impide empatizar con sus miserias, de manera que cuando se pone toda la carne en el asador (volviéndose, además, demasiado convencional), no me importen demasiado el destino de esa familia.
Casademunt se la juega todo a dos bazas, la fotografía, sucia y opresiva, y el talento de sus actores, los tres muy sobresalientes, pero descuida un poco ciertos matices el guion que confieren al film un ritmo demasiado lento al principio y demasiado vulgar en su desenlace.
En resumen, una propuesta interesante y desoladora pero que no termina de arrancar y vale más por el poso reflexivo que deja que por el propio visionado.
Valoración: Seis sobre diez.
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