La maravillosa Brefast arranca con unos títulos de crédito en color para, tras mostrarnos el Belfast actual, cambiar al blanco y negro y dar comienzo a su emotiva historia. En Muerte en el Nilo, Kenneth Branagh (y su director de fotografía habitual, Haris Zambarloukos), hace justo lo contrario: arranca con un prólogo en blanco y negro para saltar, al arrancar la historia propiamente dicha, a un El Cairo a todo color de una belleza deslumbrante. Puede que esto sea fruto de la casualidad de un simple recurso narrativo sin segundas lecturas, pero me parece una curiosa coincidencia al analizar las dos películas casi coincidentes en su estreno del realizador irlandés en el año de su relanzamiento definitivo, que lo devuelve a la notoriedad que se ganó cuando se convirtió en el mejor adaptador de Shakespeare y cuya aura había perdido en los últimos tiempos.
Es
casi como si Branagh nos quisiera demostrar que estas dos películas son las dos
caras de una misma moneda y que es posible aunar el cine introspectivo de autor
con el blockbuster bajo una misma
dirección.
Y
es que si Asesinato en el Orient Express
recuperaba la buEna mano como director de Branagh, aunque algo limitado por el
espacio físico que el propio tren imponía, en Muerte en el Nilo al ejercicio fílmico es soberbio, recuperando
Branagh unos movimientos de cámara y encuadres precisos que, junto a la mejor
recreación posible del Nilo y las joyas de la extinta cultura egipcia, componen
un lienzo que engrandece la obra de Agatha Christie y que hace palidecer, a su
lado, a cualquier interpretación anterior del detective Poirot.
Debo
confesar que hasta ahora, puestos a entrar en comparaciones, he sido mucho más
amante de la literatura de Arthur Conan Doyle que de la Christie, aplaudiendo
por tanto más las aportaciones fílmicas de Sherlock Holmes (incluso las
versiones desdibujadas de Guy Ritchie) que de Hercule Poirot, pero la visión de
Branagh me ha ayudado a ver con otros ojos al investigador belga, haciendo que,
tras disfrutar Muerte en el Nilo,
esté deseando que Disney (bajo el sello de Fox), dé el visto bueno a una
posible tercera entrega de la saga.
Como
en la película anterior, Branagh juega la baza de los repartos de lujo. Y como
en la película anterior, sabe recomponerse a los problemas que dicho reparto le
reporta lejos de las cámaras. Si antes tuvo que lidiar con las acusaciones por
maltrato a Johnny Depp, ahora es Armie Hammer quien amenaza con estropearle la
puesta en escena tras ser acusado de abusos sexuales y tendencias caníbales. Y
sin bien se hace algo incómodo la primera vez que nos encontramos al actor en
pantalla, el virtuosismo de la película hace que nos olvidemos rápidamente del
intérprete y nos quedemos con el personaje, que encabezando un peligroso
triángulo con la deslumbrante Gal Gadot y la perturbada Emma Mackey, logra
encabezar una clásica trama de enredos y asesinatos donde todos parecen ocultar
secretos y tener un motivo para ser considerado sospechoso.
Hay
que reconocer que la muerte anunciada tarda en llegar y que Branagh alarga el
primer tramo de película mucho más de lo que exigía el texto literario, lo cual
puede llegar a aburrir a algunos, pero lo hace con el fin de asentar bien las
bases no solo de los personajes sino de las motivaciones,. Y es que, en el
fondo, toda la trama de Muerte en el Nilo
no gira, a la hora de la verdad, alrededor de una muerte, sino alrededor del
amor. Varias son las parejas que se sienten y se desean a lo alego ce la trama
y varios los corazones heridos (incluyendo al del propio Poirot) que debemos
conocer y entender para apreciar así la película.
De
esta manera, lo que podría ser un blockbuster
del montón, con una recreación digital del Egipto del siglo pasado y un
misterio de opereta, se convierte, en las eficaces manos de Branagh, en una
obra sobre el dolor y la pérdida, donde la codicia tiene su cabida pero siempre
manejada bajo las influencias de esa pasión que pocas veces se puede controlar.
Muerte en el Nilo es la combinación perfecta entre cine de autor y cine
comercial, que me recuerda y demuestra, una vez más, porque Kenneth Branagh
está en lo más alto de mi lista de autores favoritos desde que me atrapara,
hace muchos años ya, con las soberbias Los
amigos de Peter o Mucho ruido y pocas
nueces.
Valoración:
Nueve sobre diez.
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