El duo de realizadores conformado por Mariano Cohn y Gastón Duprat nos tienen habituados a mezclar humor y drama con el mundo del arte como telón de fondo, sirviendo El artista (dibujo) o El ciudadano ejemplar (literatura) como dos muestras de ello, y en Competencia oficial deciden subir la apesta y dejar que sea el propio mundo del cine quien sirva como escaparate para una comedia muy negra y con muy mala baba en la que los directores abren un debate entre cine comercial y cine de autor, enfrentándolos y, por ende, enfrentando también a sus autores, poniendo como árbitro de este atroz duelo interpretativo conformado por Antonio Banderas y Oscar Martínez a una joven directora, excéntrica y radical, que simboliza una tercera forma de entender el cine, alejado de etiquetas y convencionalismos, a la que da vida de manera magistral Penélope Cruz.
Ahora
que estamos ya en la cuenta atrás para la entrega de los Oscar de este año, la
película invita a reflexionar sobre la coherencia de discernir entre los
distintos tipos de interpretación para designar a uno de ellos como el mejor
trabajo del año. ¿Se habría entendido que, hace un par de años, se hubiese
nominado a Robert Downey Jr., por ejemplo, por su trabajo en EndGame y comparar su interpretación
con la de Jonathan Pryce por Los dos
Papas? ¿O cabría en la cabeza de alguien que este año estuviese nominado Benedict
Cumberbatch por Spiderman: No way home cuando,
al fin y al cabo, se trata del mismo actor, igual de talentoso y profesional,
que el que está nominado por El poder del perro…
Dejando
de lado el segundo ejemplo, Competencia
oficial va más a los extremos, presentándonos a dos actores en las
antípodas: la estrella de Hollywood que no acostumbra a querer saber nada del
cine independiente y el actor de prestigio pero marginal que solo acudiría a
recoger un Oscar para darse el capricho de poderlo despreciar en directo.
Con
un trío interpretativo excelso, que sabe alternan el humor más caricaturesco
con el esperpento social y, por momentos, el thriller o el drama, Cohn y
Druprat aprovechan para apuntar también hacia la frivolidad del propio negocio
y las motivaciones de cada cual para trabajar en la industria, pero sin dejar
de poner nunca el foco en esas dos caras de una misma moneda que son los
actores protagonistas y los personajes a los que se enfrentan, unos personajes
que, por momentos, parecen capaces de engullirlos.
Muy
apreciable ejercicio sobre el trabajo interpretativo que quizá no llegue nunca
a ser tronchante pero si hilarante y divertido.
Valoración:
Siete sobre diez.
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