Vivimos una época extraña donde las relaciones sociales son virtuales y es más fácil conocer a alguien online que en persona. Los amigos los tenemos en Facebook, los currículos en LinkedIn y se liga a través de Tinder. Esto es así.
Y
es precisamente esa impersonalización de las relaciones o que permite desbocar
la imaginación de los estafadores. Timos siempre ha habido, no ha sido falta
que existieras Internet para eso, pero la facilidad de ahora de crear una vida
falsa es pasmosa, y eso lo descubrieron un buen número de mujeres a finales de
la pasada década.
Simon
Leviev es un tipo que, a base de camelarse mujeres y sacarles el dinero, se ha
convertido en un multimillonario. Un falso multimillonario, en realidad, pero
la vida que se pegaba sí era bien real. Leviev no era, además, el granuja
hollywoodiense con el que es fácil simpatizar, el simpático pícaro que
desplumaba millonetis confiadas. Él era un carroñero que seducía a pobres
incautas a las que, fingiendo estar en graves apuros (pero momentáneos, eso
sí), las convencía para que se hipotecaran y llenaran de deudas hasta el cuello
para conseguir mantener su estatus social.
Netflix estrena un interesante documental sobre este tipejo llamado El timador de Tinder, basándose, sobre todo, en tres de sus víctimas, Cecilie Fjellhøy, Pernilla
Sjöholm y Ayleen Charlotte, esta última logrando dar la vuelta a la tortilla.
Pese a ser un documento fidedigno con la realidad (aunque Leviev, a quien se
invitó a dar su versión de los hechos, no esté de acuerdo) y estar centrado en
declaraciones de las tres implicadas a cámara, la directora Felicity Morris se
las apaña para dotar a la película de un gran dinamismo, tanto con las escenas
ficcionadas como con breves injertos de películas que dotan de sentido de la
ironía a su historia. Tal y como se
cuenta todo, uno se queda con las ganas de ver una película de ficción con
estos personajes, quizá con DiCaprio en el papel de Leviev y Scorsese en la
silla de director. Soñar es gratis.
Aunque
a nivel general no me gusta que un realizador se implique emocionalmente en su
trabajo, tomando un partido que debería dejar en manos del espectador, Moris
acierta en incidir en dos detalles secundarios pero no menos importantes
centrados en la figura de Leviev como villano de la función. Por un lado, que
no es Tinder (ni las redes sociales por
extensión) el culpable de todo esto (de hecho, Fjellhøy insiste en cómo ha
continuado usando la aplicación de citas pese a su mala experiencia) y por otro
que tampoco lo son ellas. Es muy sencillo culpar a las víctimas, y si bien se
les puede acusar de pecar de ingenuas, que los trolls de Internet estén siempre
acechando para saltar a la yugular no dice nada bueno de ellos mismos.
En
resumen, un interesante documento que funciona como divertimento tanto como
informativo y que logra enganchar como i de una obra de ficción se tratase. Muy recomendable.
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