Hablaba hace un par de entradas de las modas que arrasan en el campo de lo audiovisual, destacando las producciones turcas y coreanas. Netflix es la primera en subirse al carro y si en dicha entrada, hice un análisis de la película turca Tácticas en el amor, ahora toca hablar de uno de sus más recientes e impresionantes éxitos, aunando el estilo coreano con un género que también es muy prolífico en la plataforma de streaming: los zombis.
Me
estoy refiriendo a Estamos muertos,
una nueva vuelta de tuerca a la clásica epidemia zombi, centrándose para la
ocasión en un instituto de Hyosan. Siguiendo el esquema de los zombis coreanos
ya vistos en producciones como Train to Busan, #vivo o Kingdom (es decir, bestias sedientas de
sangre e articulaciones imposibles y sin limitaciones de velocidad), lo mejor
de Estamos muertos radica en su desengonzado
uso del gore, resultando todo lo sangrienta y excesiva que requiere la
situación y aprovechando al máximo los recursos de los alumnos supervivientes
para enfrentarse a la horda casi infinita de muertos vivientes. No obstante,
esto puede resultar algo repetitivo a lo largo de los doce capítulos que
componen esta primera temporada.
Sin
embargo, entre lo negativo de la serie se encuentra un afán constante por
conectar con el público adolescente, tratando de hablarles en su mismo idioma.
Esto hace que las diferencias culturales entre Corea del Sur y, por ejemplo,
nosotros, se hagan notables, y que una de las protagonistas pueda asegurar que
es peor enfrentarse al último curso del instituto al inminente fin del mundo a
manos de los zombis nos puede sonar algo ridículo. Así, uno de los temas de
fondo más recurrentes (aunque no el único, metiéndose algo de denuncia social y
política) versa sobre el acoso escolar, propósito encomiable pero algo estéril
al lado del problema global que los amenaza.
Mi
mayor reticencia, sin embargo, está en la poca simpatía que me despiertan la
gran mayoría de los personajes. Aunque la serie se toma su tiempo en analizar
las personalidades y motivaciones de cada uno de ellos, su forma de
relacionarse (de nuevo me planteo qu el problema sea de diferencia cultural)
hace que me resulten antipáticos, llegando al extremo que cuando se crea un
villano diferente debido a una mutación del virus zombi (tampoco es que se
explique demasiado), se convierte casi en mi personaje preferido.
Esto
cambia ligeramente a mitad de la temporada, cuando las alianzas entre
supervivientes se consolidan y hemos tenido tiempo suficiente de conocerlos
bien a todos, pero no quita para que la serie se sienta alargada en exceso,
repitiéndose situaciones similares en escenarios distintos. Y todo para que a mí
personalmente me termine dando igual quien viva y quien muera.
En
fin, entretenimiento que no llega a romper moldes y se ve como una propuesta
con más de lo mismo en la que se agradece que, al menos, no se escatime en
violencia y donde los zombis, por encima de todo, son siempre la amenaza
principal, no escatimando en gastos a la hora de mostrarlos.
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