Hace unos días, en la presentación de la película Moonfall, su director, Roland Emmerich arremetió (otro más) contra las películas de Marvel, asegurando que son todas iguales. Puedo comprender (aunque no compartir) las quejas de cineastas como Scorsese o Coppola, pero es casi un chiste de alguien como el realizador germano, que lleva prácticamente veinticinco años haciendo la misma película.
Efectivamente,
es hablar de Emmerich y pensar en destrucción. Aunque ya tenía algún título
meritorio en su haber, fue con Independence
Day y su mítica destrucción de la Casa Blanca, con la que el director se
dio a conocer al mundo, y desde entonces no ha dejado de hacerlo, ya sea
mediante monstruos gigantescos (Godzilla),
crisis climáticas (El día de mañana)
o profecías mayas (2012). Eso sí, en
su favor hay que reconocer que lo hace estupendamente bien y que nadie, excepto
quizá Michael Bay, domina las explosiones mejor que él.
En
Moonfall casi se recicla el esquema
argumental de Independence day (para eso
podría haberse ahorrado la secuela, el mayor tropiezo de su carrera), pues de
nuevo tenemos una invasión extraterrestre, un científico chiflado al que nadie
hace caso y luego es el primero en darse cuenta de lo que pasaba, dramas
familiares, momentos de gloria repartidos entre los protagonistas corales, el
sacrificio personal y la redención del héroe caído. Sin embargo, para conseguir
el más difícil todavía, aumenta la apuesta con un concepto tan loco como el de
la luna acercándose peligrosamente a nuestro planeta. Acercándose hasta el
punto que llega a haber contacto físico en una de las escenas más descacharrantes
de la historia del cine. Y sin embargo, como por arte de birlibirloque, Emmerich consigue
que de alguna forma todo tenga sentido y las ridiculeces de sus propuestas (que
son muchas a lo largo de la película) no empañen el resultado final.
Y
es que gracias a un reparto bien entregado (aunque a Patrick Wilson se le podría
acusar de querer parecerse demasiado a Chris Platt), unos efectos visuales de
primera, un ritmo endiablado y un tratamiento de personajes algo más inspirado
que en otras propuestas de este tipo, la película resulta un entretenimiento de
primera. Nada de lo que se cuenta aquí tiene el más mínimo sentido, pero poco
importa si consigue que durante algo más de dos horas uno se olvide de todo y
se deje llevar por una amenaza global que, como en Independence day de nuevo, nos quieren hacer creer que tras la
muerte de millones de personas puede haber un final feliz.
En
fin, una muestra más del cine de Emmerich más genuino, aunque a decir verdad
quiere ponerse tan formal por momentos que casi se echa en falta algo más de
destrucción, con una épica alocada pero muy divertida, la dosis justa de drama y
todos los fuegos de artificio que pueda caber en una película, logrando además
ser muy actual con la referencia a los amantes de las conspiraciones (aquí se
habla de los megaestructuracionistas, que bien pueden funcionar como reflejo de
tierraplanistas o tierrahuequistas), sin quedar muy claro si se burla de ellos
o los homenajea.
A la hora de la verdad, la principal pega (quizá la única que importa) es que parece un esquema argumental ya caduco y más allá del puro divertimento el invento huele ya a algo pasado de moda. Quizá ya hayamos visto destruir la Tierra demasiadas veces como para que nos siga impactando como al principio y puede que eso explique sui batacazo en taquilla.
Valoración:
Siete sobre diez.
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