Pese
a ser considerado un realizador de imaginación desbordante, lo cierto es que
Guillermo del Toro parece haberle cogido el gusto a esto de reinventar los
clásicos. Tras crear su propia novela
gótica con La Cumbre Escarlata y
hacer una especie de versión de La Bella
y la Bestia con La forma del agua,
ahora se mete de lleno en la adaptación de la novela de W.L. Gresham que ya tuviera su versión
fílmica en 1947.
El
director mejicano se mueve como pez en el agua en el oscuro mundo de las ferias
ambulantes de finales de los años 30, cuando los espectáculos estaban dominados
por monstruosidades e ilusionistas de poca monta. En ese ambiente Stan, que
huye de un pasado turbio, encuentra una nueva vida y algo parecido a una
familia, pero su ambición desmedida lo lleva a regresar a la gran ciudad donde
aspira a enriquecerse estafando a pobres incautos con sus trucos de adivinación
e incluso espiritismo.
No
cabe la menor duda que todo el ambiente circense es ideal para el imaginario de
Del Toro, que sabe estar a la altura (no como sucediera con la descafeinada Dumbo de Tim Burton) y consigue plasmar
un lienzo visual realmente impecable. Sin embargo, las casi dos horas y media
de metraje le hacen mella, y el realizador pierde el ritmo de la narrativa al
alejarse dela feria, provocando que la película entre en un valle que le va a
costar remontar. Digamos, para resumir en pocas palabras, que lo que brilla de
la faceta más freak se desluce al
convertirse en una historia noir. Y
es una lástima, porque es precisamente cuando entra en escena la estupenda Cate
Blanchett cuando la cinta baja en interés, sin que en ningún momento sea culpa
suya.
El callejón de las almas perdidas es un descenso a los infiernos cíclico de un
personaje cuyo pasado desconocemos más allá de un incendio en su propia casa, y
cuyos constantes flashbacks repitiendo lo mismo no colabora demasiado. Es ese
misterio otro paso atrás, pues no se nos
permite hacer la conexión emocional suficiente con el personaje de Cooper como
para que cuando se nos muestra ese pasado nos impacte lo suficiente. Es casi
como si Del Toro y su esposa y coguionista Kim Morgan hubieran afrontado este
guion con algo de desgana para poder poner toda la carne en el asador de lo
visual.
Y
es por ello, pese a la narrativa algo pesada
y, por momentos, torpe del film, que su visionado es totalmente
recomendable y muy disfrutable: por su aspecto visual. Dan Laustsen hace un
trabajo impecable y Del Toro demuestra que tras las cámaras se maneja mejor que
nadie. Algo parecido a lo que ya pasaba en sobrevalorada La forma del agua, aunque sin tanta ñoñería. Se echa en falta al
Del Toro más alejado del Hollywood más mainstream,
cuando lidiaba con presupuestos ajustados y creaba cuentos de horror con la
Guerra Civil como telón de fondo.
En
resumen, que El callejón de las almas
perdidas es un estimulante film que aúna el cine negro con la fantasía más
grotesca a la que le habría venido de perlas un poquito de tijera en su tramo
central.
Valoración:
Siete sobre diez.
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