Por fin ha concluido Snowpiecer (es una de las pocas series que Netflix ha estrenado a razón de un episodio por semana) y llega el momento de hablar de ella, más si me llegaba muy recomendada y era uno de los estrenos a los que más ganas le tenía.
La conclusión inicial es la de desencanto. No me atrevería a decir que es una mala serie, pues es capaz de enganchar y (con algo de esfuerzo en lo que se refiere al protagonista) es fácil empatizar con los personajes, villanos y héroes por igual (y esta es una de las propuestas más interesantes de la serie, que no está suficientemente bien desarrollada: la dicotomía entre los buenos y los malos). Sin embargo, algo no termina de funcionar, aunque ya me estoy oliendo que una vez más se van a crear dos bandos entre los que la amen y los que la odien. Seguramente, en esta ocasión las razones van más allá de lo pasional, y podría presagiar sin mucho miedo a equivocarme que esta división puede ser paralela a los que han visto la película precedente y lo que no.
Cierto es que siempre afirmo que no se deben comparar dos productos, pues cada uno tiene su propia identidad (para bien o para mal), pero el hecho de que se haya resaltado tanto que esto es una adaptación de la película de 2013 (parece que nadie recuerde que todo nace, en realidad, de un cómic francés) y que el director de aquella, el oscarizado Bong Joon Ho (Parásitos), aparezca en los créditos como guionista y productor (hay otros directores ilustres por ahí, como Chan-wook Park -Stoker- o Scott Derrickson -Doctor Strange-) hacia presagiar que todo iba a seguir un camino parecido.
Uno de los problemas que Snowpiercer tiene ya de entrada es lo bizarro de su planteamiento. Para el comic, todo vale, y la película es tan frenética que apenas tienes tiempo de plantearte muchas dudas, pero en una serie de diez episodios (con segunda temporada ya confirmada) la coherencia cae por su propio peso. Y aunque esto sea cosa de fantasía, hay demasiados momentos de falta de verosimilitud como para rozar el ridículo. Un ejemplo tonto: se pasan toda la serie destacando los 1001 vagones que tiene el tren (en algún momento se llega a hablar de dieciséis kilómetros de largo), pero luego hay personajes que pasan de la cola a la cabina de cabeza en cuestión de segundos. Eso, que puede parecer un detalle sin importancia, crea un dilema estructural que va en contra de todo lo que la serie propone (la diferencia entre un extremo y el otro y lo lejos que se encuentran (literal y figuradamente) ambos lados.
El argumento, por si algún despistado no lo sabe aún, versa sobre un tren que recorre el planeta en movimiento constante como una especie de Arca de Noe mientras en el exterior el cambio climático y la torpe mano del hombre para tratar de detenerlo sin éxito (empeorando las cosas, de hecho), han provocado una glaciación que hace del todo imposible la supervivencia fuera del tren. Dentro, una estructura de clases hace que en los vagones delanteros vayan los de primera, con todo tipo de lujo y comodidades, hasta llegar a la cola, donde un grupo de polizones sobreviven con serias dificultades y ansias de rebelión. Lo que en la película era una metáfora sobre las diferencias de clases aquí se vuelve banal y redundante (incluso llegan a verbalizarlo, por si alguien no lo había pillado).
La premisa es, desde luego, interesante, pero no tanto como para llenar una serie, estirando demasiado el chicle, necesitando de tramas paralelas que convierten Snowpiercer en una especie de Asesinato en el Orient Express, y que, por lo que se presupone de la segunda temporada, va a abandonar definitivamente toda crítica social para derivar en una versión sucia y de baratillo de propuestas postapocalípticas tribales tipo Los 100 (algún día hablaré de ella por aquí).
Sí hay cuestiones morales que invitan al debate, pero no son las que la serie pretende proponer. Para mí, la gracia está en saber identificar a «los buenos» y «los malos», y en si alguien merece tener el poder para decidir quién vive y quien muere (aunque sea quien lo ha hecho posible todo), haciendo que «los colistas» deban estar agradecidos por poder estar ahí sin merecerlo o si todos somos seres humanos por igual y merecemos un trato por igual sin importar nuestra posición en la sociedad o los que nos haya llevado hasta ese arca.
Por último, aún entendiendo que los presupuestos televisivos suelen ser inferiores a los de la pantalla grande, el aspecto digital, casi de videojuego, de todas las escenas exteriores provocan un distanciamiento aún mayor con la serie, llegándome a sacar el argumento en varias ocasiones.
En fin, que la serie no deja de ser un entretenimiento con ansias moralistas, pero contiene demasiados problemas como para invitar a nadie a verla, en vista de toda la oferta inabarcable que hay hoy en día, al menos no hasta que no vea primero la película, una obra maestra de verdad y con giros mucho más impactantes que los cliffhangers de aquí.
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