sábado, 25 de julio de 2020

Vista en Netflix: OFRENDA A LA TORMENTA

Quién nos lo iba a decir, pero ha sido Netflix la responsable de que volvamos a emocionarnos los viernes ante el estreno cinematográfico importante de la semana. Hace quince días llegaba La vieja guardia y ayer fue el turno de Ofrenda a la tormenta, el cierre de la Trilogía del Baztán surgida de la cabeza de la escritora Dolores Redondo.
Producida, entre otros, por Atresmedia, las dos primeras entregas de la saga se estrenaron en cines, como debe ser, pero la crisis del coronavirus hizo aplazar el estreno de la tercera entrega y Netflix, viendo los buenos resultados que estaba obteniendo con El guardián invisible y Legado en los huesos, se hizo con los derechos de distribución de la conclusión de las andanzas de la inspectora Amaia Salazar.
Haciendo gala de una ambición impropia de la industria española (las dos secuelas se rodaron a la vez, tal era la fe que se tenía en el resultado final), las películas no pueden presumir de estar a la altura de las circunstancias, y pese a ser buenas propuestas, muy bien interpretadas por Marta Etura y suficientemente enigmáticas como para atrapar al espectador, todas tienen algo que no termina de cuajar, algo que rechina y que impide que hablemos de títulos imprescindibles al estilo El silencio de los corderos o Seven, que es a lo que aspira el director Fernando González Molina, que ha mimado al extremo hasta el último detalle de la composición visual pero que, por el contrario, ha descuidado bastante el guion, algo imperdonable cuando se trata de una adaptación literaria.
Ofrenda a la tormenta cuenta con la ventaja de que los personajes ya forman parte de nuestras vidas, de manera que incluso aunque la mayoría de los secundarios tengan un recorrido en pantalla más bien escaso, la empatía con ellos es total. Sin embargo, la figura de Amaia Salazar es más el centro de atención que nunca, y esto hace que el trasfondo dramático del film sea casi tan importante como el referente a los asesinatos que debe resolver.
De nuevo nos encontramos ante una amenaza surgida del folklore navarro. Tras conocer las figuras del basajaun y el tarttalo, ahora es turno del demonio labartu. Sin embargo, a la hora de la verdad todo está unido y el compromiso del film es cerrar todas las tramas iniciadas en El guardián invisible y dar un final satisfactorio a la saga.
Quizá demasiado ligado a su homólogo literario, la película deja demasiadas cosas en el aire como para poder aplaudir la pretendida resolución final. Cosas que quizá Redondo obvió intencionadamente con la idea de retomarlas en una futura novela o spinoff, pero que se debería haber remediado en la versión cinematográfica. Estoy pensando, por ejemplo, en la desaparición del amigo del FBI de Amaia, personaje que bien se podría haber eliminado desde el principio, las consecuencias familiares de sus acciones, el verdadero mal que hay detrás de todo lo que sucede... También da la sensación de que al destaparse ciertos secretos (algunos demasiado precipitadamente) ciertos personajes pierden entidad e incluso coherencia, mientras que la figura que sobrevuela toda la trilogía como el mal encarnado, la madre de Amaia, tiene un final decepcionante. Y la proliferación de giros, alguno desde luego sorprendente, hace que tengamos suficiente espacio de reflexión para poder anticiparnos a la gran revelación final.
Lo mismo sucede con el elemento sobrenatural. Ya desde la primera película era algo que se apuntaba muy levemente, invitando al espectador a estar siempre atento a un crescendo que nunca llega a suceder. Ni siquiera en esta tercera película, quizá la más floja en ese sentido, pese a que se supone que con quien lidian es con una entidad demoníaca en persona. Es como si todo el factor fantástico fuese solo una excusa de Mercedes Redondo para esquivar las comparativas con una novela negra del montón, queriendo lucirse por sus conocimientos sobre la cultura popular de su tierra, pero dejando la historia en unas medias aguas algo perezosas.
Al final, con lo que conviene quedarse es con el buen trabajo de Etura, toda la parte técnica del film (desde la fotografía, la iluminación, la maravillosa banda sonora de Fernando Velázquez…) y el componente dramático, que con la maternidad como centro de todo, es lo que termina por hacer de motor de la trama.
Interesante y a la altura de las anteriores, pero sin los apuntes finales necesarios para ser el clásico que podría haber sido.

Valoración: Seis sobre diez.

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