Durante años, el Festival de Eurovisión ha sido una extraña mezcla entre cantantes desconocidos que aspiraban a utilizarlo como trampolín al estrellato y frikis estrafalarios cuyo propósito nunca ha quedado demasiado claro. Por otro lado, el evento es capaz de ser un auténtico fenómeno de masas, fans entregados a la causa, o ser considerado el festival más hortera y patético de la historia.
Bajo esta premisa, Netflix estrena una película en clave de comedia sobre el Festival, una historia clásica de superación personal y lucha por los sueños que es capaz de aunar a la vez (y este es su gran mérito) el homenaje y la parodia.
Diseñada a mayor gloria de Will Ferrer, que figura también como coguionista, la película cuenta la historia de Lars y Sigrit, dos niños unidos por el dolor tras la pérdida de la madre del primero y que encuentran en una actuación en Eurovisión de Abba consuelo, descubriendo a la vez su pasión por la música. Con la promesa de llegar algún día a la final del concurso televisivo y ganar el primer premio para Islandia. La película es la clásica historia de superación, con la moraleja de que siempre se debe luchar hasta el final por cumplir tus sueños, con un trasfondo romántico que, por otro lado, puede recordar a la fórmula ya utilizada recientemente en Yesterday. Eso del chico que tiene a su lado a la mujer de sus sueños y no es capaz de darse cuenta de ello es también todo un clásico.
Festival de la canción de Eurovisión: La historia de Fire Saga es una película tan loca que, por momentos, dudas sobre si lo que te está contando tiene algún viso de realidad o no. De hecho, cuenta con tantos cameos de artistas eurovisivos (impagable para los fans la escena «song-alone») que no es descartable que se hayan basado en alguno de los estrafalarios cantantes reales para recrear esta historia sobre Lars y Sigrit. Resulta interesante descartar la gran química que se desprende entre Will Ferrer y Rachel McAdams (algo que sobre el papel me parecía muy poco probable) y el Acierto de casting de los secundarios, desde un Pierce Brosnan cuya primera broma es su desprecio hacia la actuación televisada de Abba (recordad que uno de sus últimos grandes éxitos fue Mamma mía! y su secuela) hasta un Dan Stevens que por momentos amenaza con convertirse en el centro de atención y quedarse toda la película para él solo. También ahí se ve un acierto en el desarrollo de personajes, que por estereotipados que puedan parecer han sido tratados con un mimo especial. El de Stevens, sin ir más lejos, podría haber terminado por convertirse en el villano de turno, y sin embargo desprende una ternura bastante sorprendente.
Al final, todo esto no deja de ser un a gamberrada, pero una gamberrada muy divertida. Una sátira de lujo en la que se nota la inversión realizada y la probable complicidad del propio Festival y donde la música y las canciones destacan como algo positivo, aunque haya que lamentar que la voz de Sigrit que oímos en el film no sea realmente la de Rachel McAdams.
En resumen, una comedia romántica con Eurovisión como hilo conductor, tan ridícula y kitsch como el propio Festival y que gracias a un Ferrer algo más comedido de lo habitual resulta ser un estupendo y animado divertimento. Y que llega, además, en un año en que los fans se han quedado huérfanos de la gala correspondiente por culpa del Coronavirus.
Solo eché en falta la aparición de Chiquilicuatre. ¿Para cuando un biopic sobre su figura?
Valoración: Siete sobre diez.
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