Stocker
es una película de Chan-Wook Park, director coreano reconocido
internacionalmente por su trilogía de la venganza (Boksuneun naui geot, Oldboy y Chinjeolhan
geumjassi). Comienzo así porque este es un caso de esos en los que conviene
conocer al director y su obra antes de adentrarse en la oscuridad de la sala
del cine y así estar más preparados para lo que nos espera. Y es que Park, como
buen heredero del cine oriental, es un poeta filmando, importándole poco -o quizás
nada- el abusar del ritmo lento de la narración en favor de un plano concreto o
un sonido determinando. Y es que para redondear la cosa Park no se conforma con
deslumbrar visualmente, sino que con el mero pretexto de que la protagonista
tiene un oído por encima de lo normal consigue cautivar con un sentido
habitualmente menospreciado en el cine.
Pero empecemos por el
principio. La historia, aunque interesante, no es un homenaje a la
originalidad, precisamente. Tras la muerte del cabeza de familia, la viuda y su
hija adolescente acogen en su casa al desconocido e inquietante (a la par que
cautivador) hermano de este. La incursión de un elemento extraño en el núcleo
familiar (ya sea un vecino, un familiar o incluso una mascota) es un recurso
recurrente en el cine, válido tanto para comedias, thrillers o incluso dramones
televisivos ideales para la sobremesa, pero en el caso que nos ocupa Park no se
centra solo en lo que cuenta, sino en cómo lo cuenta. Apoyándose en situaciones
que se nos pueden antojar tópicas (el dolor por la pérdida de un padre, la
falta de adaptación entre compañeros de clase, la atracción hacia un
desconocido, el despertar sexual...) Park consigue seducirnos con su estilo
único y reconocible, bailando entre el misterio y el drama pero recordándonos
siempre que hay una amenaza latente que terminará irremediablemente en un
estallido de violencia que el director muestra con hermosa maestría, como
demuestran las escenas de la sangre empapando flores (y permitidme recordar que
Stoker fue rodada con anterioridad a Django desencadenado). Sin duda el mayor
triunfo de la película es, sin embargo, su capacidad para incomodar e incluso
angustiar con las decisiones que toman sus protagonistas sin que ello nos
impida identificarnos con ellos. A diferencia de otro film reciente (para mi
muy sobrevalorada e infinitamente inferior a Stoker) como The Master, en esta ocasión la tortura interna de sus protagonistas
no provoca un distanciamiento hacia los mismos, por más reprobables que podamos
encontrar sus actos. Otra diferencia esencial entre Stoker y The Master cabe
encontrarla en sus intérpretes. Mientras en aquella (y ahora es cuando los
gafapastas y críticos sesudos intelectuales se me tirarán al cuello) sólo
Philip Seymor Hoffman estaba correcto, Amy Adams solo pasa por ahí y la
estrella (estrellada) de la función,
Joaquin Phoenix, está simplemente horrible (ahora es cuando llueven los
puñales), en Stoker todos sus intérpretes
están geniales, incluyendo al sosainas
de Dermot Mullroney. Nicole Kidman, aparentemente libre del botox que a punto
estuvo de hundir su carrera, cumple a la perfección el papel de madre frívola y
distante, más preocupada de su propio mundo que de intentar recordar que tiene
una hija. Pero los que verdaderamente hacen magia son la pareja sobrina-tío.
Mia Wasikowska, está inmensa, calculando pon precisión de cirujano la emoción
necesaria en cada plano, saltando de la apatía
a la pasión en un parpadeo y demostrando, tras sobrevivir con acierto a la
marabunta de efectos digitales sin sentido fue fue la Alicia de Burton, que tiene un gran futuro por delante, mientras
que Matthew Goode, después de interpretar al Ozymandias de Watchmen, se ha convertido en un especialista en personajes
seductores e inquietantes a la vez. Lo que es capaz de transmitir (y perturbar)
con una mirada o una sonrisa lo sitúan, a mi parecer, a la altura de Anthony
Hopkins en El Silencio de los Corderos, paseando con libertad por la fina línea
que separa el bien y el mal que hace que el espectador dude entre amarlo u
odiarlo, aunque lo más sensato sería,
sin duda, temerlo.
Tres interpretaciones
brillantes, más si tenemos en cuenta lo tentador que podría ser con semejantes
personajes caer en el histrionismo y la sobreactuación, ofreciendo un regalo que Park aprovecha
regando la película con planos brillantes y una inteligente composición de
sonidos y silencios que subrayan a la perfección la tensión casi insoportable
que se extiende durante el metraje insinuando un violento desenlace.
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