martes, 21 de mayo de 2013

EL GRAN GASTBY (8d10)

Aunque El gran Gatsby sea una adaptación de la novela (que probablemente casi nadie haya leído en España) de F. Scott Fitzgerald, el precedente que supone la versión de Jack Clayton de 1974 con Robert Redford como protagonista invita a realizar comparaciones que siempre terminan resultando odiosas, pero tener a Baz Luhrmann como director y alma matter de esta película ayuda a replantearse un poco las cosas. Y es que Luhrmann es un director con unas señas de identidad tan definidas (para lo bueno y lo malo) que resulta imposible compararlo con nadie que no sea consigo mismo. Y el ejemplo más claro es la opción del 3D que puede parecer ilógico al espectador que tenga en mente la primera versión pero que una vez vista esta actualización resulta completamente comprensible.
Tres son los pilares sobre los que se sostiene El gran Gastby: su historia, su director y su estrella principal,  el cada vez más superlativo Leonardo DiCaprio.

En realidad el motor de arranque de la película lo realiza Nick Carraway, interpretado con brillantez por un Tobey Maguire luchando todavía por escapar de las redes de Spider-Man,  un joven anónimo en busca de su lugar en la vida (sobrevive vendiendo bonos del estado aunque con inquietudes literarias) que se ve atrapado por el magnetismo irresistible que desprende a su alrededor un personaje de aurea casi mitológica, un excéntrico millonario a quien nadie parece conocer realmente, salido de la nada y anfitrión de las mejores y más sonadas fiestas de la ciudad. Nacerá entonces una simbiótica relación de amistad/necesidad entre Gastby y Carraway con Daisy Buchanan, prima de Carraway y antiguo (y eterno) amor de Gastby en medio de la ecuación. Una historia de amor con tintes clásicos que solo puede terminar en catástrofe que en manos de Luhrmann se convierte en un espectáculo de luz, música y color de bella artificialidad. La primera mitad de la película, mientras se cocina la trama a fuego lento y se descubren los personajes y sus inquietudes, descubriéndonoslos con cuentagotas y permitiendo así que el espectador se sienta como un invitado más de las lujosas fiestas y el seductor misterio que envuelve al anfitrión, es una completa locura, una reinvención de los años 20 americanos, una orgia de alcohol, jazz y diversión mezclados en la coctelera de Luhrmann con un derroche visual tan explosivo que en ocasiones puede llegar a agotar. No es, precisamente por ello, una película para todos los públicos. Tales son las obsesiones de Luhrmann que aquel que no comulgue con el estilo del director podría no lograr entrar en su propuesta filmica y terminar rechazando tanto exceso y pomposidad. Y es que lo que nadie le puede negar a Luhrmann es ser fiel a sí mismo, desde las bases que sentó en sus primeros pasos como cineasta con Romeo+Julieta y con la épica y poco valorada Australia como única excepción. Tanto es así que se podría definir su Gatsby como una especie de Molin Rouge con gente rica, ya que como aquella repite estilo visual y uso de canciones clásicas versionadas (muy libremente) a la época.
Pero todo lo dicho hasta ahora de poco valdría si no fuera porque la película cuenta con el concurso de Leonardo DiCaprio,  el mejor actor de su generación y sin duda uno de los más grandes de toda la historia del cine. Es curioso lo que pasa con este actor que no se sabe muy bien si por ser atractivo o por copar las carpetas de millones de adolescentes allá por los noventa, pero nunca ha sido suficientemente valorado, por más que haya protagonizado la película más taquillera de la historia, se haya convertido en el actor fetiche de un maestro como Scorsese, haya personificado el mal con elegancia y cinismo en Django desencadenado y haya trabajado (y en ocasiones su participación era lo mejor de la película) con directores como Woody Allen, Ridley Scott, Steven Spielberg o Clint Eastwood. Pero a él eso parece darle igual, y ajeno al olvido de los académicos se dedica a regalarnos película tras película interpretaciones cada vez más memorables. Después de que todo el mundo se llevara las manos a la cabeza por su ausencia de los Oscars por la película con Tarantino Leo vuelve a superarse,  plasmando a un Gatsby totalmente arrebatador, un ejemplo de encanto y elegancia que puede recordar a su interpretación de Howard Hugles pero añadiendo aquí una pasión y, una vez desnudado su personaje, un alma atormentada que hace que cada vez que aparece en pantalla todo desaparezca a su alrededor. Quizá precisamente por eso, a su lado, la habitualmente estupenda Carey Mulligan queda como lo más flojo del film, con una interpretación algo sobreactuada que roza lo caricaturesco.

Quizá muchos no comulguen con el arte de Luhrmann, pero nadie puede negarle su sentido del espectáculo con mayúsculas. Y a quien lo se deje atrapar por su mágico,  sensual y pretendidamente artificial Nueva York, siempre les quedará Leo.

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