Aunque El gran Gatsby sea una adaptación de la
novela (que probablemente casi nadie haya leído en España) de F. Scott
Fitzgerald, el precedente que supone la versión de Jack Clayton de 1974 con
Robert Redford como protagonista invita a realizar comparaciones que siempre
terminan resultando odiosas, pero tener a Baz Luhrmann como director y alma
matter de esta película ayuda a replantearse un poco las cosas. Y es que
Luhrmann es un director con unas señas de identidad tan definidas (para lo
bueno y lo malo) que resulta imposible compararlo con nadie que no sea consigo
mismo. Y el ejemplo más claro es la opción del 3D que puede parecer ilógico al
espectador que tenga en mente la primera versión pero que una vez vista esta
actualización resulta completamente comprensible.
Tres son los pilares sobre
los que se sostiene El gran Gastby:
su historia, su director y su estrella principal, el cada vez más superlativo Leonardo
DiCaprio.
En realidad el motor de
arranque de la película lo realiza Nick Carraway, interpretado con brillantez
por un Tobey Maguire luchando todavía por escapar de las redes de
Spider-Man, un joven anónimo en busca de
su lugar en la vida (sobrevive vendiendo bonos del estado aunque con inquietudes
literarias) que se ve atrapado por el magnetismo irresistible que desprende a
su alrededor un personaje de aurea casi mitológica, un excéntrico millonario a quien
nadie parece conocer realmente, salido de la nada y anfitrión de las mejores y
más sonadas fiestas de la ciudad. Nacerá entonces una simbiótica relación de
amistad/necesidad entre Gastby y Carraway con Daisy Buchanan, prima de Carraway
y antiguo (y eterno) amor de Gastby en medio de la ecuación. Una historia de
amor con tintes clásicos que solo puede terminar en catástrofe que en manos de
Luhrmann se convierte en un espectáculo de luz, música y color de bella
artificialidad. La primera mitad de la película, mientras se cocina la trama a
fuego lento y se descubren los personajes y sus inquietudes, descubriéndonoslos
con cuentagotas y permitiendo así que el espectador se sienta como un invitado
más de las lujosas fiestas y el seductor misterio que envuelve al anfitrión, es
una completa locura, una reinvención de los años 20 americanos, una orgia de
alcohol, jazz y diversión mezclados en la coctelera de Luhrmann con un derroche
visual tan explosivo que en ocasiones puede llegar a agotar. No es,
precisamente por ello, una película para todos los públicos. Tales son las
obsesiones de Luhrmann que aquel que no comulgue con el estilo del director
podría no lograr entrar en su propuesta filmica y terminar rechazando tanto exceso
y pomposidad. Y es que lo que nadie le puede negar a Luhrmann es ser fiel a sí
mismo, desde las bases que sentó en sus primeros pasos como cineasta con Romeo+Julieta y con la épica y poco
valorada Australia como única
excepción. Tanto es así que se podría definir su Gatsby como una especie de Molin Rouge con gente rica, ya que como
aquella repite estilo visual y uso de canciones clásicas versionadas (muy
libremente) a la época.
Pero todo lo dicho hasta
ahora de poco valdría si no fuera porque la película cuenta con el concurso de
Leonardo DiCaprio, el mejor actor de su
generación y sin duda uno de los más grandes de toda la historia del cine. Es
curioso lo que pasa con este actor que no se sabe muy bien si por ser atractivo
o por copar las carpetas de millones de adolescentes allá por los noventa, pero
nunca ha sido suficientemente valorado, por más que haya protagonizado la película
más taquillera de la historia, se haya convertido en el actor fetiche de un
maestro como Scorsese, haya personificado el mal con elegancia y cinismo en Django desencadenado y haya trabajado (y
en ocasiones su participación era lo mejor de la película) con directores como
Woody Allen, Ridley Scott, Steven Spielberg o Clint Eastwood. Pero a él eso
parece darle igual, y ajeno al olvido de los académicos se dedica a regalarnos película
tras película interpretaciones cada vez más memorables. Después de que todo el
mundo se llevara las manos a la cabeza por su ausencia de los Oscars por la película
con Tarantino Leo vuelve a superarse,
plasmando a un Gatsby totalmente arrebatador, un ejemplo de encanto y
elegancia que puede recordar a su interpretación de Howard Hugles pero añadiendo
aquí una pasión y, una vez desnudado su personaje, un alma atormentada que hace
que cada vez que aparece en pantalla todo desaparezca a su alrededor. Quizá
precisamente por eso, a su lado, la habitualmente estupenda Carey Mulligan
queda como lo más flojo del film, con una interpretación algo sobreactuada que
roza lo caricaturesco.
Quizá muchos no comulguen
con el arte de Luhrmann, pero nadie puede negarle su sentido del espectáculo
con mayúsculas. Y a quien lo se deje atrapar por su mágico, sensual y pretendidamente artificial Nueva
York, siempre les quedará Leo.
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