Resulta curioso comentar
esta película poco después de mi crítica a Scary
Movie 5, ya que a priori guarda ciertas similitudes. Ambas corresponden a
un número relativamente elevado dentro de una saga, cuenta con realizados
últimamente dedicados casi en exclusividad a dichas sagas (Justin Lin lo único
destacable fuera de Fast & Furius
son un par de episodios de Community),
sus guiones carecen de sentido y sus intérpretes son entre medianos y malos, y
eso siendo generosos. Así pues, ¿cuál es la diferencia entre ambas obras? El
despiporre. Furious 6 (este es el título
que aparece en Pantalla; a estas alturas ya no estoy muy seguro de su título en
España) es una montaña rusa constante, un espectáculo de acción y adrenalina
que no deja en ningún momento espacio para el aburrimiento y ofrece
precisamente lo que promete: acción,
persecuciones espectaculares, tiroteos, peleas y toques de humor. Perdónenme
ustedes por ser tan poco académico, pero
por más vueltas que le he dado no encuentro una definición mejor que la del
despiporre, desde la primera la última
escena e incluyendo la hoy en día inevitable escena postcréditos.
Si el otro día decía que me
habría conformado con que los de Scary
me hubiesen hecho reír alguna vez, en el caso que hoy nos ocupa la diversión es
total. Se me ocurre ahora pensar en otra saga a la que también podíamos comparar:
Jungla de Cristal, esa obra maestra del
cine de acción mas ochentero que mantuvo el ritmo con dignidad hasta su tercera
entrega y evolucionaba hasta el despiporre más delirante en La Jungla 4.0 hasta
ofrecer un final triste y bochornoso (al menos por ahora) con la quinta
entrega, cuya critica tenéis por aquí.
Pues bien, esta F&F6 recuerda en espíritu
a esa Jungla 4.0, donde no importaba que John McCaine persiguiera un camión
desde un Harrier mientras lo hiciera con estilo. Igualmente la alegre pandilla
de Toretto se enfrenta a desafíos imposibles tanto de ver como de creer, como
impedir que un avión militar de carga pueda despegar por el peso de unos simples
coches en una pista aparentemente infinita, ser perseguidos a gran velocidad
por una autopista por un tanque (con el Teide de fondo, por cierto), organizar
carreras ilegales en medio de Londres (la ciudad con más cámaras de video según
dicen en un momento de la película) con podiums para gogos, DJ's y coches
estruendosos sin que nadie se entere, y eso por no mencionar la excesiva comprensión
ante determinadas situaciones por las féminas de la película. Situaciones inverosímiles
ante las que solo nos queda exclamar: ¿y qué más da? Y es que mientras
disfrutamos de las más de dos horas de película lo único que podemos pensar es:
quiero más. Y tened por seguro que nos lo dan.
Confieso que me acerqué a
este film con cierto temor y sin haber visto las anteriores películas, por lo
que no sabía si iba a poder identificarme con los personajes. Con reconocida
simpleza pensaba que la cosa iba simplemente de carreras de coches y tópicos
machistas, pero ya los títulos de crédito, con escenas de toda la saga, me
advirtieron de que me había perdido cosas importantes, aunque ello no era impedimento para disfrutar
esta sexta entrega sin dificultad.
La excusa argumental es
simple: unos terroristas están robando armas nucleares utilizando coches de
gran cilindrada y el agente Hobbs pide ayuda al fugitivo Toretto con la excusa
de que una ex del piloto, Letty, a la que daban por muerta, está metida en el
ajo. Toretto junta a toda la panda y el espectador ya sabe que... ¡se va a liar
parda!.
Una posible pega podría
ser la calidad de sus actores, con un Vin Diesel inquietantemente hinchado que
roza el ridículo en los momentos más dramáticos, Wayne "the Rock" Johnson y Michelle
Rodríguez haciendo de sí mismos, copiando gestos y tics que podrían pertenecer
a cualquiera de sus papeles anteriores, Gina Carano que, como ya demostró en Indomable, es mejor que no pare nunca de
dar leches, que es lo suyo, y unos cuantos actores de reparto que simplemente
cumplen y no molestan. Y, junto a ellos, Paul Walker y Luke Evans que
demuestran que son los únicos actores de verdad en la función. Y como maestro
de ceremonias Justin Lin que si bien no emociona tanto como pretende si consigue imponer un buen
ritmo y dotar de gran espectacularidad a las escenas de persecuciones, precisamente
lo que le echaba en falta a La Jungla: un
buen día para morir.
En resumen, acción, diversión y toques de tragedia que
culminan en una escena final que avanza lo que veremos en la séptima entrega y
quién se va a sumar a la fiesta. Y, creedme, volverá a ser un despiporre.
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