Emborronada por la polémica entre creadores y fans por la forma en que ha sido emitida, al fin ha concluido la segunda temporada de The Boys, posiblemente la serie más gamberra y transgresora del panorama televisivo actual.
Imaginada como una versión oscura
y retorcida de los clásicos héroes de Marvel y DC (esta segunda
temporada tiene algunos guiños muy directos a sus referentes cinematográficos),
The Boys arrancó en su primera temporada planteando un mundo donde los
súper héroes no sólo son reales, sino que están controlados por una corporación
más interesada en el lucro que en el bienestar de la sociedad.
Con los personajes bien
presentados y los dos bandos más o menos organizados (aunque a lo largo de esta
tanda de diez episodios habrá tradiciones y cambios de chaqueta), esta segunda
temporada se beneficia de la incursión de algún personaje nuevo, en especial la
nueva componente de Los Siete, el grupo de héroes que, a imagen y
semejanza (al menos de puertas para afuera) de Los Vengadores o La Liga de la Justicia,
forman la élite del mundo superheroico. Se podría pensar que el peso de la
narrativa recae siempre sobre el enterramiento entre Billy Carnicero y Patriota
(brutales Karl Urban y Antony Starr), con permiso de la siempre complicada
relación entre Hughie y Luz Estelar, pero esta nueva Stormfront amenaza con
hacerse con el control de la temporada en muchos e impactantes momentos.
Hay que reconocer que se puede
acusar a la temporada de una cierta irregularidad, más cuando se pierde
excesivo tiempo en reincidir en ciertos personajes de manera innecesaria. Esto
motiva que, personalmente, piense que es más adecuado un visualizado seguido
(no soy muy partidario de los atracones maratoniano, pero sí del episodio
diario) que no esperar al capítulo semanal, que además puede tener un efecto
contrario al buscado por las mentes pensantes y hacer que el impacto entre el
fandom sea muy inferior al de la primera temporada.
Por otro lado, es especie de
descenso a los infiernos al que se lleva a Patriota, ese análisis político
aterrador por lo real que es y esa sátira sobre la manipulación de los medios,
que es lo más interesante de la serie por más que lo que perdure en la memoria
sean los impactantes momentos de casquería y brutalidad. Por eso, Erik Kripke
sale airoso en conseguir una mezcla muy acertada entre la diversión más salvaje
y la denuncia más ácida (algo heredado del cómic de Garth Ennis), evitando
repetir esquemas y dejándolo todo preparado para una tercera temporada ya
confirmada que promete nuevos derroteros.
Despiadada y cruel con la América
actual, un ritmo algo irregular y alguna trama previsible (junto a la
inevitable pérdida del factor sorpresa) no son suficientes para enturbiar una
segunda temporada a la altura de lo esperado, confirmando a The Boys como
la mejor serie de superhéroes con la etiqueta de «para adultos» (algo a lo que
aspira sin conseguirlo títulos como Doom Patrol, por ejemplo).
Genialidad no apta para todos los
estómagos...
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