martes, 20 de octubre de 2020

Reflexiones: SI ÉL NO SOY YO, ¿YO TAMPOCO ES ÉL?

La falta de tiempo y los continuos cambios en mi vida personal me impiden dar más vidilla al blog, al que me gustaría regar con reflexiones variadas más allá de las opiniones de cine y series a las que os tengo acostumbrados.

Algo de lo que nunca he hablado por aquí hasta ahora es de música, pero me temo que mis gustos musicales dejan mucho que desear. Si bien me agrada el cine de todos los tiempos y no pongo fecha de caducidad a las novelas ni los cómics, en el terreno melódico quede bastante anclado en los gloriosos ochenta, esa década tan mágica que llegó a durar casi veinte años.

El caso es que escucho poca música actual (soy muy de radio, pero más de tertulias políticas y deportivas que de ruiseñores varios), pero de algo me entero, aunque, como diría el señor mayor en que me estoy convirtiendo, no entiendo esta música de los jóvenes de ahora.

Como sea, el otro día escuché una canción que después de investigar un poco sobre ella resulta tener ya un par de años. En vista de lo poco actual que era iba a dejar pasar el tema, pero por vaya usted a saber qué motivo, las radios la siguen pinchando con frecuencia. Tras la tortura que me supuso escucharla desde los altavoces de mi vecino mientras tendía la colada el otro día, decidí que debía dar rienda suelta a mi pataleta y hablar aquí sobre ella. Y es que me duelen tanto los oídos cada vez que la escucho y me enerva de tal manera la sangre que me niego a callar mi gran bocaza.

Se trata de un tema de un tal Blas Cantó que cuenta nada más y nada menos que con cuatro compositores, según la wikipedia. Los he anotado porque no me quiero dejar a ninguno: Antonio Rayo, Leroy Sánchez, Manuel Herrero Chalud y Rafael Vergara.

No voy a entrar a valorar ni la voz del chaval este ni la calidad de la música; ni me atrevería siquiera, sabiendo mis propias dotes musicales. Pero la letra ya es harina de otro costal.

Con un tono ligeramente llorón, el protagonista de la canción se queja de que la mujer de sus sueños no caiga rendida a sus pies, temerosa por el recuerdo de una mala experiencia en el pasado, por lo que él trata de destacar las diferencias entre ambos contendientes. El estribillo, que se repite insistentemente, es así: 

Te llevaré conmigo aquí a sitios donde él no quiso ir

No temas al amor, entiéndelo

Él no soy yo

Dibujaré sin dudar la paz en tu mirada frágil como el cristal

Él sólo fue dolor, entiéndelo

Él no soy yo

Él no soy yo

 

Y si, lo habéis adivinado. La canción se titula «Él no soy yo».

Vamos a ver, señor Cantó y compañía. «Él» es un pronombre personal, concretamente la tercera persona del singular. Hace referencia a ese amante del pasado que, en la estructura de la frase, hace las veces de sujeto.

«No soy yo», por tanto, es el predicado. Y la acción de ser o no ser viene dada, por lógica, por el sujeto. Y, sin embargo, se utiliza la primera persona del singular del verbo «ser».

Así pues, él no soy yo, por supuesto. Porque es literalmente imposible que él sea primera persona.

De manera que hay dos formas posibles de encarar la frase correctamente sin traicionar a la intención deseada. O bien «Él no es yo» o mejor «Yo no soy él», pero nunca la elegida.

Que cuatro compositores y un cantante (más toda la troupe de productores, asesores y demás) hayan visto está letra y no se hayan percatado de la patada a la gramática española (o peor aún, les haya dado igual), es una muestra del nivel cultural de nuestra sociedad.

No pretendo que se utilice la música para educar, no es su trabajo, pero sí pido que, como mínimo, no se use para deseducar. Que es muy fácil condenar las letras machistas y despreciables de muchos éxitos de reguetón, pero esto tampoco es moco de pavo.

No es la peor canción de la historia, ni mucho menos. Incluso es bastante pegadiza. Pero me duele cada vez que la oigo. Y es sólo el botón que sirve como muestra de lo que tenemos por aquí.

Así vamos...

1 comentario: