sábado, 3 de octubre de 2020

Cine: GREENLAND: EL ÚLTIMO REFUGIO

Existen dos tipos de personas: las buenas y las malas. Este parece ser el mensaje que Ric Roman Waugh, quien ya dirigiese a Gerard Butler en Objetivo: Washington DC, quiere dar en Greenland: el último refugio.

Lejano ya aquel 1998 en el que Armageddon y Deep Impact competían por llegar primero a las carteleras, de nuevo un meteorito amenaza con eliminar a toda la humanidad de la faz de la tierra. Tener a Butler de protagonista podría ser, a priori, algo para temblar, teniendo en la memoria la espantosa Geostorm en la que también nuestro futuro estaba en juego, pero por fortuna el libreto de Chris Sparling (cuyo guion más recordado sigue siendo el de Buried) va por otros derroteros. Sin dejar de lado la parte más fantástica y apocalíptica, y apoyándose en varios clichés del género, Greenland es, en el fondo, un drama sobre un matrimonio en crisis que debe enfrentarse a duras pruebas para conseguir seguir adelante, siempre con la seguridad de su hijo como principal objetivo. Para ello, deberán dejar varios muertos por el camino (figurada y literalmente), como abandonar a sus amigos y vecinos a su suerte, y verán como la situación escapa demasiado a menudo de su control, dependiendo, como he empezado esta crónica, de la generosidad o la villanía de los que se topen en su camino.

Recordando por momentos a la muy inferior El final de todoGreenland se podría comparar en pretensiones a The walking dead (aunque en bueno), ya que usa una amenaza mundial como excusa para contar una historia que, en el fondo, es muy intimista y sencilla. Para que ello funcione, es fundamental que los personajes estén bien dibujados y que Gerard Butler y Morena Bacarrin se lo tomen en serio, y lo cierto es que la entrega de ambos en innegable.

Se puede echar en cara, en ciertos momentos, la puesta en escena de Waugh, muy oscura y por momentos confusa, pero tengo la sensación de que más que un defecto es un recurso que el propio director elige para transmitir la confusión y angustia de los propios protagonistas. Además, consciente de que pisa un terreno de sobras conocido por el público mayoritario, no pierde el tiempo explicando innecesariamente porqué suceden algunas cosas, limitándose a mostrarlas en pantalla sin más.

De aspiraciones mucho más humildes que la clásica propuesta de un Emmerich del montón (hay también en la historia ciertas reminiscencias a 2012), Greenland puede abusar de ciertos tópicos y obliga en algunos momentos a hacer verdaderos saltos de fe, pero es una agradable sorpresa que ofrece mucho más de lo que a priori parecía prometer, pudiendo decepcionar, eso sí, a los que busquen un simple film de escapismo y destrucción y recordando también a ciertos momentos de la alabada (y sobrevalorada) serie de El colapso.

 

Valoración: Siete sobre diez.

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