Aunque el género del terror es casi tan antiguo como el propio cine (ahí están los ejemplos del expresionismo alemán), en las últimas décadas dos subgéneros han sobrevenido por encima del resto: los vampiros y los zombies.
Se diría que ya está todo contado
sobre ambas figuras, pero eso no significa que no sea agradable regresar a
ellas una y otra vez, siempre y cuando se haga con un mínimo de sentido.
Vampiros contra el Bronx da una vuelta de tuerca al tema
vampírico y, siempre con la excusa de una dominación global, los disfraza de
inversores inmobiliarios, empezando su asalto al capitalismo occidental por el
neoyorquino barrio del Bronx.
Con un presupuesto muy reducido
(que se traduce en un abuso de escenas demasiado oscuras) pero con bastante
desparpajo, la película recuerda a aquellos clásicos de la Amblin en la
que un puñado de chavales tenían que enfrentarse ellos solos a la amenaza en
cuestión.
Así, a medio camino entre las Pesadillas
de Robert Lawrence Stine y Los Goonies de Richard Donner, la película tiene
un tono simpático sin caer de lleno en la comedia que tenemos al cine más
ochentero, eludiendo, eso sí, la búsqueda del hostigamiento nostálgico, algo
que tan bien se le da a Stranger Things o a las dos películas de It.
Vampiros contra el Bronx recuerda
también a esas películas de corte bajo pero deliciosa factura del cine
británico, donde se permitía dar protagonismo a los suburbios, con Attack
the block como ejemplo más claro.
Cruce entre terror, humor y
denuncia social, la película es, en realidad, una propuesta juvenil, quizá algo
light para los amantes de la sangre a borbotones, pero muy efectiva para
disfrutar en familia lejos de las ñoñerías que se suele relacionar a ese
concepto.
En resumen, entretenida película
para todas las edades que sin ser nada del otro mundo se postula como una
elección apropiada para disfrutar en la inminente celebración de un Halloween
más casero que nunca.
Valoración: Seis sobre diez.
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