jueves, 29 de octubre de 2020

Visto en Netflix: POR TRECE RAZONES

Hace ya un par de meses que Netflix estrenó la cuarta y última temporada de Por trece razones y esa es casi la única motivación que he tenido para verla. Soy consciente de que se trata de una serie juvenil y que hace años que yo me salí de ese target, pero creo que no es excusa para no criticar el estiramiento excesivo de su trama. Esta era una serie (como Homeland o Prison break, por ejemplo) cuyo argumento invitaba a una temporada única, y en los tres casos habrían quedado estupefaciente si se hubiesen conformado con ello. En el que nos ocupa, al menos hay que reconocerles el intento de jugar con el género y proveer cosillas diferentes. Otra cosa es el resultado del invento. Y es que a lo largo de esta tanda de diez episodios ha habido momentos de «survival horror» e incluso distopías postapocalípticas con homenaje a Terminator incluido. Eso sí, la puesta en escena ha dado pie a momentos de verdadero ridículo.

En realidad, la cosa es más de lo mismo: un puñado de niñatos llorones que abanderan el concepto de amistad mientras se dedican a desconfiar constantemente unos de los otros. Además, el nivel de dramatismo es tan elevado que resulta casi inverosímil. Es buena esa apuesta que llevan desde el principio de pretender alertar de los peligros a los que está expuesta esta generación, pero o bien se pasan de la raya o las cosas están muy mal en el país de Trump, demasiado alejadas (por fortuna) de nosotros como para poder empatizar con los protagonistas.

El argumento gira en torno a las consecuencias de lo sucedido con Bryce y Monty en temporadas anteriores, sirviendo como excusa para mostrarnos un descenso a los infiernos de Clay que al final no va a ningún sitio. Para ello, los guionistas han apostado por jugar la carta del cliffhanger, haciendo que el final de cada episodio te deje con ganas de ver el siguiente, pero el poco interés que demuestran en analizar las consecuencias de todo mediante elipsis irritantes provoca que cada inicio de capítulo sea una nueva decepción.

Es curioso que una temporada que parece querer decir que hay que enfrentarse a las consecuencias de nuestras acciones presenten tantas acciones son la más mínima consecuencia.

Sí es cierto que el último capítulo contiene todo lo que pedía un buen capítulo final, dando una despedida digna a los protagonistas (aunque abusando algo del componente melodramático), pero el problema radica en que la construcción (o deconstrucción) de cada uno de ellos es tan pésima que provoca que la mayoría te caigan mal, de manera que importe poco o nada lo que suceda con ellos.

La verdadera protagonista de la función, Hannah Baker, abandonó la serie tras la segunda temporada (una demasiado tarde) y la actriz está triunfando ahora con Maldita. Y esto será los que piensen mucho tras haber llegado a este final: «maldita sea por no haberme bajado del barco antes».

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