Hace ya un par de meses que Netflix estrenó la cuarta y última temporada de Por trece razones y esa es casi la única motivación que he tenido para verla. Soy consciente de que se trata de una serie juvenil y que hace años que yo me salí de ese target, pero creo que no es excusa para no criticar el estiramiento excesivo de su trama. Esta era una serie (como Homeland o Prison break, por ejemplo) cuyo argumento invitaba a una temporada única, y en los tres casos habrían quedado estupefaciente si se hubiesen conformado con ello. En el que nos ocupa, al menos hay que reconocerles el intento de jugar con el género y proveer cosillas diferentes. Otra cosa es el resultado del invento. Y es que a lo largo de esta tanda de diez episodios ha habido momentos de «survival horror» e incluso distopías postapocalípticas con homenaje a Terminator incluido. Eso sí, la puesta en escena ha dado pie a momentos de verdadero ridículo.
En realidad, la cosa es más de lo
mismo: un puñado de niñatos llorones que abanderan el concepto de amistad
mientras se dedican a desconfiar constantemente unos de los otros. Además, el
nivel de dramatismo es tan elevado que resulta casi inverosímil. Es buena esa
apuesta que llevan desde el principio de pretender alertar de los peligros a
los que está expuesta esta generación, pero o bien se pasan de la raya o las
cosas están muy mal en el país de Trump, demasiado alejadas (por fortuna) de
nosotros como para poder empatizar con los protagonistas.
El argumento gira en torno a las
consecuencias de lo sucedido con Bryce y Monty en temporadas anteriores,
sirviendo como excusa para mostrarnos un descenso a los infiernos de Clay que
al final no va a ningún sitio. Para ello, los guionistas han apostado por jugar
la carta del cliffhanger, haciendo que el final de cada episodio te deje
con ganas de ver el siguiente, pero el poco interés que demuestran en analizar
las consecuencias de todo mediante elipsis irritantes provoca que cada inicio
de capítulo sea una nueva decepción.
Es curioso que una temporada que
parece querer decir que hay que enfrentarse a las consecuencias de nuestras
acciones presenten tantas acciones son la más mínima consecuencia.
Sí es cierto que el último
capítulo contiene todo lo que pedía un buen capítulo final, dando una despedida
digna a los protagonistas (aunque abusando algo del componente melodramático),
pero el problema radica en que la construcción (o deconstrucción) de cada uno
de ellos es tan pésima que provoca que la mayoría te caigan mal, de manera que
importe poco o nada lo que suceda con ellos.
La verdadera protagonista de la
función, Hannah Baker, abandonó la serie tras la segunda temporada (una
demasiado tarde) y la actriz está triunfando ahora con Maldita. Y esto
será los que piensen mucho tras haber llegado a este final: «maldita sea por no
haberme bajado del barco antes».
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