Si hace unos días comentaba lo poco interesante que podría resultar, a priori, una secuela tardía sobre Karate Kid, la apuesta se eleva. ¿Una película sobre una jugadora de ajedrez que, además, ni siquiera es real?
Esta
es la base de Gambito de dama, que
con un aspecto muy clásico de biografía fílmica se inspira, en realidad, en la
novela homónima de Walter Trevis, un viejo conocido en Hollywood pues suyas son
las obras que inspiraron a El color del
dinero y El buscavidas.
El
ajedrez debe ser uno de los deportes menos atractivos para reflejarse en
pantalla, ya sea en cine o televisión (aunque algunos ejemplos de ello hay,
como Jaque al asesino, El juego más frío o las españolas El jugador de ajedrez e Hijo de Caín), y casi siempre que se ha
hecho, este es más una excusa para hablar de otra cosa que el verdadero foco de
atención.
En
Gambito de dama el ajedrez lo es
todo, por más que se use como metáfora de vida para hablar del abandono, las
adicciones y el sacrificio. Y, contra todo pronóstico, funciona perfectamente.
Dos
son los grandes artífices de que la mini serie de siete episodios sean un
modelo de cómo hacer una buena historia biográfica. Por un lado, Scott Frank, alma mater de la serie tanto como
escritor como en la faceta de director. Él es quien consigue que una historia
tan dramática (todo empieza con una niña abandonada en un orfanato tras el
suicidio de su madre) sin aparente toques de humor pueda resultar divertida y,
pese a su ritmo lento, emocionante, plasmando cada partida de ajedrez (y hay
muchas a lo largo de la serie) de manera diferente, algunas incluso
mostrándonos tan sólo los rostros de los jugadores.
La
otra apuesta ganadora de Gambito de dama
es Anya Taylor-Joy, una de las mejores actrices del panorama actual (sino la
mejor). Tras impactar en su debut con La bruja, plantarle cara a la impresionante interpretación de James McAvoy en Múltiple, ser la roba escenas descarada
de Los Nuevos Mutantes o arrebatarle
el papel de Furiosa a la mismísima Charlize Theron en la inminente precuela de Mad Max, ya era hora que esta chica de
raíces hispanas y extraña belleza tuviera un vehículo para su propio
lucimiento. Gambito de dama es ella y
sólo ella, tanto a nivel argumental como visual. Toda la historia gira
alrededor de su personaje, alejándose de las diversas subtramas cuando no le
afectan directamente, mientras que la cámara la sigue casi insistentemente. Sin
dejarse intimidar, la actriz hace un verdadero tour de force en el que con sus miradas y gestos doce más de lo que
muchos diálogos podrían expresar.
Por
último, resulta especialmente notorio que Frank haya conseguido una implicación
del espectador tal que no es especialmente relevante que este tenga unos
conocimientos mayores o menores (o incluso nulos) del juego del ajedrez. Yo
mismo he hecho más de una partida y conozco el reglamento, pero ello dista
mucho de poder decir que sé jugar, he disfrutado con la emoción de las partidas
sin necesidad de conocer los entresijos de las mismas.
No
sé si atreverme a afirmar, como he escuchado por ahí, que Gambito de dama está entre lo mejor del año, pero desde luego, el
nivel que ofrece es muy alto.
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