Viendo
lo que me estaba encontrando en la cartelera de este fin de semana hasta ahora,
ya me temía que la fiesta del cine de este año solo iba a servir para copar los
cines con mediocridades que pueden ser más digeribles con la rebaja del precio
a cambio de sacrificar otros títulos (mejores o peores, quizá eso nunca lo
llegue a saber) que han desaparecido tras una única semana de exhibición sin
haberlos podido ver (caso de Una historia
de venganza o La excepción a la regla).
Sin embargo, ha sido toda una sorpresa que un film español de una productora
independiente (y ya sabéis que aquí todo lo que no lleve detrás el apoyo de
Mediaset o Atresmedia debe ser considerado independiente) como es El jugador de ajedrez se haya convertido en un oasis en el desierto.
No
es que la película de Luis Oliveros sea una maravilla, pero sí es una película
muy agradable de ver que consigue con honestidad y elegancia reflejar una época
como la postguerra española sin caer en los tópicos de siempre.
Inspirada
levemente en la historia real de un ajedrecista soviético, Julio Castedo ha
adaptado personalmente el guion de su novela homónima en la que cuenta la
historia de Diego Padilla, campeón de ajedrez en 1934, apasionado por este
deporte y entregado a su mujer, la francesa Marianne Latour, y su hija, y ajeno
a polémicas políticas haciendo oídos sordos a los gritos revolucionarios de su
mejor amigo, Javier Sánchez.
Tras
la guerra, la situación en España es confusa y complicada y accede a las
presiones de su mujer de irse a vivir a Francia, lejos del régimen franquista,
sin sospechar que estaban escapando de la sartén para caer en las brasas. Tras
la ocupación nazi Diego es detenido acusado de comunista y solo el ajedrez le
ayuda a sobrevivir en su cautiverio en una prisión de las SS.
Sin
arriesgar en exceso, ni en la puesta en escena ni en la ideología política,
Olivares consigue componer una película muy correcta, con algún momento visual
muy hermoso y donde los actores están inspirados y convincentes. Marc Clotet,
pese a que su bagaje es principalmente televisivo, está convincente en su
personaje, mientras que Melinda Matthews sale con buena nota de su primer
trabajo protagonista. Es posible, además, que esa falta de crítica política ayude
a digerir mejor esta historia que en el fondo de lo que va es de supervivencia
y amor, más que de denuncia. Olivares no pierde mucho tiempo explicando una
situación (la española y la francesa) que es de sobras conocida por todos y
solo se permite dar alguna pincelada sutil pero efectiva con el uso del
personaje de Alejo Saura o la discusión entre el matrimonio justo momentos
antes de la detención. Para ello, el director se basa en algunos tópicos que se
aceptan con buen grado, como ese coronel que tanto recuerda al Hans Landa de Malditos bastardos, pero no deja de
resultar irónico que, si queremos buscar al verdadero villano del film, este no
sea ni franquista ni nazi.
Completa
la lista de aciertos una exquisita ambientación que con apenas cuatro detalles
nos traslada con efectividad tanto al Madrid de los años treinta como al París
de 1940. El vestuario, los peinados, los coches… todo está cuidado al mínimo
detalle para componer una película que resulta apasionante y muy emotiva,
aunque quizá algo demasiado complaciente.
Valoración.
Siete sobre diez.
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