Va
a parecer que tengo algún tipo de comisión por hablar sobre Netflix, pero no, os juro que no es así.
Si acaso, soy yo, como miles de abonados más, el que pago religiosamente cada
mes. Pero no lo puedo evitar. Es pensar en televisión y aparece Netflix.
Y
es que, de una manera u otra, el popular canal de streaming se las apaña
siempre para estar en el ojo del huracán. La última: su polémica con el
Festival de Cannes. Resulta que los señores del festival francés ese se han puesto
muy gallitos y han decidido que el año que viene no van a aceptar am concurso a
ninguna película que no se estrene en cines. Y claro, aunque no digan nombres,
todas las miradas van para Netflix.
Al fin y al cabo, ellos son los que van a producir, en exclusiva para su canal
televisivo, los últimos títulos de Scorsese, Brad Pitt, Will Smith y así un
largo etcétera. No es que me parezca mal la decisión tomada por el festival. Al
fin y al cabo, el cine se debe ver en cine. Quizá el problema radica en que
debamos inventar otra palabra para definir lo que está haciendo Netflix, porque es evidente que una
película dirigida por Martin Scorsese con Robert de Niro, al Pacino, Joe Pesci,
Bobby Cannavale y Harvey Keitel no puede llamarse telefilm, ¿verdad?
Como
sea, ahí no radica el problema, sino en los que han aprovechado que el Pisuerga
pasa por Valladolid se han apuntado al carro de criticar a Netflix, convirtiéndolo en una especie de Anticristo para las salas
de cine. No son las palabras exactas de Almodóvar, pero por ahí iban. Menos mal
que luego Jessica Chastain puso un poco de cordura recordando que, al final,
muchas de esas supuestas películas de cines no llegan nunca a estrenarse en
cines (o lo hacen de manera ridícula). ¿Qué queréis que os diga? Yo siempre he
defendido que donde mejor se disfruta de una película es en la pantalla grande
de una sala de cine, pero sin gente como Scorsese tarda una eternidad en
conseguir que le financien una película y luego viene Netflix y pone la pasta dejándole además un amplio control
creativo, ¿encima les vamos a decir qué tienen que hacer luego con sus
películas?
Pero
no acaba ahí la cosa. Cuando Netflix
desembarcó en España, con su serie bandera (House
of cars) cedida a otro canal, su buque insignia era Daredevil, serie con la que se metía de lleno en el Universo
Televisivo Marvel. Y lo petó. Y continuó haciéndolo con Jessica Jones y la segunda temporada de Daredevil, aunque Luke Cage
y, sobre todo, Iron Fish fueron
bajando mucho el nivel. Ese mismo año, además, consiguieron que todo el mundo
hablara de Narcos, otro éxito sin
parangón. Y al año siguiente, cuando Westworld
(de la rival HBO) se suponía que iba a ser la gran serie del momento (y en cierto
modo lo fue, que tampoco es plan de quitar méritos a nadie), resulta que las
redes sociales se volvieron locas con Strangers
Things.
Este
año, Netflix ha empezado fuerte y dos
series suyas están en boca de todos.
La primera, Las chicas del cable, por ser su primera producción española y por
su impresionante campaña publicitaria que parece no tener fin. Ha sido la
ficción patria más comentada, y aunque luego la cosa no da para mucho, los resultados
no están siendo nada malos. La verdad, se podía sacar mucho más de una serie
que termina resultando simplona y de guion facilón y hasta algo caduco (al
final todo deriva en un folletín del montón), pero que tiene un elenco
(permitidme destacas sobre todo el apartado femenino) que se basta por si solo
para justificar su visionado y una ambientación (se nota donde hay dinero) que
resulta maravillosa. Los escenarios, el vestuario, la música… Todo un lujo para
los sentidos que consiguen que una serie del montón tenga un yo que sé que qué
se yo que a mí me ha terminado por enganchar. Y si encima sirve como toque
reivindicativo femenino, pues mejor que mejor.
Como
reivindicación femenina (en ambos casos hay abusos sexuales) hay también en la
otra serie que ha puesto a Netflix en
el centro del Universo: Por trece razones.
Ya la novela en que se basa fue muy controvertida, ya que decían que invitaba
al suicidio juvenil. Y en la versión televisiva no se han cortado un pelo. Pese
a ese aroma de adolescencia ñoña y cansina, la serie logra (con una estética
que aúna sorprendentemente el ambiente ochentero de Amblin con los chavales
millennials) ser amena y por momentos divertida pese al tema que trata, la
historia de una chica que antes de suicidarse deja una serie de cassettes en
los que describe los trece motivos (los trece responsables) que la llevaron a
semejante acto, llegando a un final que emociona y deja con ganas de más. De
momento, la segunda temporada está asegurada. Y yo no me la perderé.
Dos
series, mejores o peores, que mantienen a Netflix
en el candelero. Y que junto a la polémica de Cannes la han convertido en el
canal más relevante del momento. Yo, particularmente, no concibo ya la
televisión sin Netflix, y me
pregunto: ¿de verdad hay gente que siga viendo canales generalistas? De hecho,
este mismo jueves regresa a TVE una de mis series preferidas: El ministerio del Tiempo, pero sabiendo
que está Netflix tras la producción
de esta tercera temporada y que la ofrecerán tan pronto finalice su emisión en
TVE me pregunto si no preferiré esperarme y ser fiel a mi canal.
Siempre
y cuando sea capaz de aguantar, claro…
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