Nunca digas su nombre es el último intento del Hollywood más minimalista de
conseguir una saga de terror a base de productos fotocopiados que cuesten
cuatro duros o menos.
Dirigida
por Stacy Title, directora que llevaba casi una década retirada del cine (y que
así podría haber seguido), la película trata de crear un nuevo icono del
terror, en este caso un ser llamado Bye bye man que regresa del más allá tras
ser nombrado (que elocuente la traducción española de su título).
En
realidad, la cosa arranca bien, con un prólogo ambientado en el pasado en el
que mediante un plano secuencia vemos como un personaje tira desesperado del
hilo de todos aquellos que conocen la existencia de Bye bye man y, como en una
macabra versión del juego del teléfono, va matando a todos hasta llegar al
último receptor. Por desgracia, a partir de ahí arranca la verdadera película y
el resultado es tan previsible como decepcionante. La colección de sustos
habitual, sin nada destacable que imprima un mínimo de carácter a la película,
y con un reparto de chavales muy limitaditos. Ni siquiera la anecdótica
presencia de Carrie-Anne Moss o Faye Dunavay sirve para animar el cotarro.
El
bicho en cuestión, al que da vida Doug Jones (que parece rivalizar con Javier Bonet
para ver quién es capaz de encarnar más representaciones diferentes del mal),
no va a pasar a la historia del cine, como hicieran en los ochenta tipos como
Freddy Kruger, Jason Voorhess, Michael Myers y compañía, pero tampoco va a
conseguir ser un hito moderno como los terrores paranormales concebidos por la
mente de James Wan. Se trata, más bien, de una peliculita del montón que se
venderá engañosamente como un éxito (con lo poco que ha costado no es que sea
algo muy difícil) pero que no difiere mucho a otras mediocridades como El otro lado de la puerta y está muy por debajo de cosillas como Nunca apagues la luz.
Puede
valer para ir en esta fiesta del cine con la novia asustadiza y tener una
excusa para achucharla, pero para poco más…
Valoración:
cuatro sobre diez.
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