lunes, 29 de mayo de 2017

PIRATAS DEL CARIBE: LA VENGANZA DE SALAZAR, repitiendo fórmulas.

Llevamos ya tiempo sufriendo la falta de originalidad de Hollywood, que últimamente abusa más que nunca de los remakes, secuelas y adaptaciones, pero desde que J.J.Abrams se inventara eso de la secuela/reboot en la magnífica Star Trek (y que Singer intentó repetir con algo menos de gracia en X-men: Días del futuro pasado) las grandes sagas parecen empeñadas en fotocopiar sus días de mayor gloria. Ahora es el turno de Piratas del Caribe: la venganza de Salazar
Ya acusaron al propio Abrams de hacer un remake encubierto de La última esperanza en su reactivación de la saga Star Wars en El despertar de la Fuerza. Alan Taylor lo intentó sin demasiado acierto en Terminator: Génesis y el propio Ridley Scott, que reinventó la saga Alien con Prometheus, tuvo que recular y volver a sus orígenes en Alien: Covenant.
Los últimos en pasar por el aro han sido Joachim Rønning y Espen Sandberg (pareja de directores cuyo trabajo más destacado hasta la fecha es Bandidas, aquella cosa con Penélope Cruz y Salma Hayek), que tras el desastre (de crítica, que no de taquilla) de la cuarta entrega de Piratas del Caribe: En mareas misteriosas, han tenido que repetir jugada y tratar de reiniciar la saga fingiendo que estamos ante un capítulo más de la misma. Esto es: avanzamos en la historia, pero presentando nuevos y jóvenes protagonistas que den el relevo definitivo a los antiguos (y me refiero a Will Turner y Elizabeth Swann, de Jack Sparrow no será fácil librarse) pero con una trama y una estructura que prácticamente repite los esquemas de La maldición de la Perla Negra.
Estamos, en efecto, ante otra película de maldiciones, de piratas fantasmas y de ingleses tan malos como tontainas. Los nuevos héroes (Henry Turner y Carina Smyth) son un calco de los antiguos y por ahí sigue Barbossa en el rol de ahora soy malo, ahora soy bueno. Al menos, hay que reconocer que, puestos a copiar, han copiado a la que hasta ahora sigue siendo la mejor película de la saga, la primera, y aunque se echa en falta la buena mano de Gore Verbinski, no es que el nuevo dúo de directores lo hagan del todo mal (me sobra alguna cámara lenta, pero eso ya es una cuestión personal mía). Cierto es que han prescindido de la complejidad que el realizador de Tennessee dio a su trilogía, haciendo que todo aquí esté bien mascadito no sea que alguien se pierda en la complejidad (guiño, guiño) de la trama, aunque hay que valorar que se apueste de nuevo por la frescura y la diversión, reduciendo un poco los excesos gesticulares de Johnny Deep y recurriendo a la aventura pura y dura.
Como en toda saga que se precie, Piratas del Caribe también ha apostado por el truco de las relaciones paterno filiares para poner el puntito sensible de la trama. Así, los nuevos héroes son el hijo de Will Turner (interpretado por un Brenton Thwaites que no solo se parece físicamente a Orlando Bloom, sino que es igual de soso que él) y una huérfana que nunca ha conocido a sus padres (Kaya Scodelario es probablemente lo mejor de la película, siendo ya experta en esto de los blockbusters por su protagonismo en El corredor del laberinto), con lo que se entra en el mismo juego de Star Wars, Los Guardianes de la Galaxia y tantas otras. Esto sirve tanto para abrir el nuevo camino a seguir como para cerrar tramas abiertas en capítulos anteriores y despedir como se merece a algunos personajes que no daban ya mucho más de sí.
Con estos elementos, Rønning y Sandberg hacen una película entretenida, algo alargada (pese a ser la más corta de la saga le sigue sobrando metraje) y que recupera el espíritu heredado de aquellos films tan entrañables de Errol Flynn o Burt Lancaster, aunque pasado por el visor de lo fantasmagórico. Con sus defectos, que los tiene y muchos, la película funciona bastante bien y da esperanzas de cara al futuro, con el retorno de Davy Jones a la vuelta de la esquina. Tenemos a un Sparrow algo más comedido y digerible, aunque, por el contrario (y quizá esto sea lo peor de la película) el villano inventado para la ocasión, ese fantasmagórico Salazar, flirtea demasiado con el ridículo, demostrando que Javier Bardem se está encasillado en eso de los malos esperpénticos como el Anton Chigurh de No es país para viejos (ese al menos metía miedo) o el Silva de Skyfall.
Es esta una película que dará dinero y que, casi con toda seguridad, tendrá una continuación que se esperará con más ganas tras el cambio de rumbo ofrecido. En breve tendremos la sexta entrega, lo cual parece una locura si recordamos que todo empezó con la absurda idea de adaptar a la pantalla grande una atracción del parque de Disneyland.
Muerta la originalidad, quedémonos al menos con la división.

Valoración: Seis sobre diez.

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